(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Roberto Abusada Salah

La recuperación de la economía mundial, el fuerte aumento de los precios de las exportaciones y el fin de la caída en la demanda interna harán que este año se cumplan y quizá se excedan las predicciones oficiales de crecimiento. El presidente del Banco Central de Reserva, Julio Velarde, acaba de anunciar que el próximo año la economía alcanzará o incluso superará ligeramente su crecimiento potencial hoy estimado en algo menos de 4%. Todos los analistas parecen convencidos de que el período de bajo crecimiento que empezó a finales del 2013 ha llegado a su fin.

Sin embargo, ese 4% no nos sirve. Primero, porque tiene mucho de simple rebote después de la fuerte caída en la demanda doméstica (en particular, la inversión privada y pública), ayudada, es cierto, por el viento a favor que viene de la economía internacional. Nadie puede garantizar que después del 2018 la economía seguirá creciendo siquiera al 4%.

Y segundo, porque un rebote pasajero de 4% no disminuye la pobreza, no mejora el empleo de calidad, no disminuye la informalidad y no aumenta la recaudación que el Estado requiere para paliar necesidades sociales impostergables en salud, educación e infraestructura.

En medio de este escenario, la mayoría en el Congreso parece solo estar esperando a que el gobierno de PPK termine. No está dispuesta a asumir el más mínimo costo político para ayudar al Ejecutivo a adoptar reforma alguna. El populismo parece ser visto como el camino más seguro para triunfar en el 2021. Pero no solo la mayoría, sino el Congreso en general se comporta de esa manera. Y en ese modo de actuar nos ofrece a diario escenas de un espectáculo lastimoso.

No dudo de la calidad y patriotismo de algunos miembros del Parlamento. Pero para enfatizar mi punto de vista invito al lector a dividir mentalmente a los congresistas en tres grupos de acuerdo con lo que crea que es su motivación principal: (a) servir al país, (b) servirse del cargo y (c) acceder a un buen sueldo. Intuyo que la primera categoría no es la predominante.

Por su lado, el Ejecutivo ha sido hasta ahora incapaz de labrar un consenso mínimo para llevar adelante las reformas imprescindibles a fin de aumentar la productividad de la economía y elevar su potencial de crecimiento al 6% (cifra posible y además necesaria para no retroceder en el contexto económico-social de nuestros pares). Y aquí su argumento, en clave de queja, es el ‘obstruccionismo’ del Congreso. La queja tiene ciertamente sustento pero de ninguna manera puede ser tomada como excusa para no persistir en el diálogo y la persuasión, de cara a los males sociales cuyo alivio no puede esperar.

Contrástese esta actuación con la del presidente argentino, Mauricio Macri, en los dos años que lleva en el poder. En un país con problemas económicos, sociales y políticos más graves que los peruanos, Macri, enfrentando el peligro de un enorme costo político, ha empezado a sacar a Argentina de su secular atraso emprendiendo valerosas reformas. Así, ha empezado a desmantelar subsidios gigantescos a la energía y el transporte, terminó con la sobrevaluación del peso asumiendo el costo del aumento temporal de la inflación, eliminó los controles de cambio y recuperó el acceso al crédito internacional. El presidente argentino trabaja ya en terminar con el proteccionismo abriendo la economía, ha rebajado los impuestos a las exportaciones agrícolas que agobiaban al campo, ha negociado con sindicatos realmente fuertes para flexibilizar la política laboral, ha avanzado en una lucha creíble contra una corrupción rampante y ha emprendido la reforma del Poder Judicial.

¿Es la oposición peronista menos fuerte que la de Fuerza Popular? ¿No es acaso el peronismo sinónimo del populismo más abyecto y el forjador de lo que el premio Nobel Paul Samuelson llamó “el milagro del estancamiento argentino”?

El electorado ha premiado el liderazgo de Macri elevando su popularidad hasta el 56% y dándole una victoria abrumadora en las recientes elecciones legislativas. Macri está dando lecciones que el Perú no puede desaprovechar. El presidente Kuczynski debe poner su probada capacidad técnica y años de experiencia al servicio del Estado para energizar a su Gabinete, buscar tercamente el diálogo y echar a andar al país.

El Congreso y el Ejecutivo parecen hoy representar a los dos personajes de la tragicomedia del premio Nobel de Literatura Samuel Beckett “Esperando a Godot”. Ellos, junto a un árbol pelado, argumentan, pelean y se quejan mientras esperan a un tal Godot que nunca llega, y con quien no saben de qué hablarán. PPK y el Congreso tienen la responsabilidad de poner fin a la espera de los peruanos, quienes, a diferencia de los personajes de Beckett, sí sabemos lo que esperamos de ellos.