(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Richard Webb

Casi sin darnos cuenta, el mundo pasa de una era de escasez a una de chatarra. En vez de producir más, el reto del desarrollo se vuelve en cómo manejar la abundancia. ¿Cómo disponer de la basura, dónde guardar tanta cosa en la casa y cómo movernos ante el exceso de vehículos en las pistas? Con tanta capacidad de producción, el ingenio económico se dirige más y más al márketing, a cómo fomentar el consumo.

De esa tendencia nació la industria de la comida chatarra, al principio celebrada como un logro del avance tecnológico. Nos demoró caer en cuenta que, en vez de alimentar el cuerpo, era un consumo que destruía la salud. Con el tiempo se fue comprobando los efectos nocivos de esa comida y hoy existe ya la conciencia de que debemos luchar contra ese vicio, esforzándonos para no ceder ante la atracción del azúcar, la sal, las grasas, el glutamato monosódico y otros aditivos difíciles de resistir. Ante el evidente daño que produce ese consumo, esperamos que el Estado nos proteja contra nuestras propias debilidades biológicas, por lo menos mediante etiquetas y esfuerzos educativos.

Hoy nos invade una segunda ola de chatarra, esta vez en la forma de un tsunami de noticias que llegan casi sin costo a través de múltiples medios de comunicación. Su consumo se ha vuelto extraordinariamente fácil, económico y masivo como resultado de la proliferación de las pantallas de televisión, celulares y computadoras, que nos acompañan incluso en restaurantes, salas de espera, y algunos buses, haciendo posible estar enganchados a las “noticias” casi sin interrupción. Pero, como en la comida chatarra, el efecto es malsano. La diferencia es que, si la comida chatarra nos enferma el cuerpo, la noticia chatarra nos enferma la mente.

Para comprender debemos preguntar, ¿qué son las noticias? De los millones de sucesos que se dan cada día en todo el mundo, ¿cuáles merecen ser reportados y conocidos? ¿Quién los selecciona y con qué criterio se dedica un minuto o tres horas a un mismo suceso, muchas veces intrascendente? La respuesta es fácil de adivinar porque los proveedores de esas noticias son negocios cuyas ganancias dependen directamente de un resultado –la atención del público–. La noticia que se escoge, evidentemente, es la que captará la máxima atención, la que reduce la frecuencia de cambio de canal y que produce los mayores ratings o número de consultas o ‘likes’, según el medio utilizado. Y, tal como sucede con el negocio de la comida chatarra, la economía noticiosa no se queda en una espera pasiva de resultados sino que adopta los temas y la forma de presentarlos para lograr la máxima atención posible. Y, en general, esa atención se consigue con la emoción. Léase, telenovela. Como regla general, por ejemplo, noticia es mala noticia. No se reporta que ayer se efectuaron 837.376 viajes vehiculares en el país sin incidente alguno (cosa que parece un milagro pero en realidad es normal). Se reportan más bien los tres o seis de esos viajes que sí tuvieron incidente.

Claro, el arte de la selección y presentación de noticias va mucho más allá de ese burdo ejemplo, y se ha vuelto incluso una técnica profesional universitaria. Cabría añadir que el negocio de los medios de información en casi todo el mundo pasa por un mal momento, situación que viene agudizando la necesidad de reforzar su aspecto comercial, sacrificando lo que todavía podría ser considerada su función social. Pero el efecto final es comparable al de una droga como éxtasis, que crea energía, euforia e impulsividad y distorsiona la percepción.

La focalización de los medios de información en sus resultados económicos es perfectamente entendible y justificable. No se trata de que las noticias sean hoy más negativas que antes. Como ha señalado el historiador Jaime Urrutia, en el siglo XIX el cónsul francés en el Perú reportó a sus jefes en París que “la licencia de la prensa sobrepasa aquí todos los límites”. Y, hablando del mismo período, el historiador Pablo Whipple afirma que en el Perú la “gente decente” enviaba a los periódicos todo tipo de denuncia o querella, acusaciones que “se transformaron en la principal fuente de ingreso para los periódicos”.

¿Podría decirse simplemente que nada ha cambiado? No, porque en ambos casos, comida y noticias, se ha dado un cambio de magnitud casi gigantesco. El de la comida, por eso, ha tenido repercusiones graves para la salud física. Y, en mi opinión, las noticias chatarra, “telenoveladas”, han producido un efecto análogo, enervante y malsano en la salud de la sociedad, no solo en el Perú, sino como se observa en el ambiente político de Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países de Europa.