“Sobran ejemplos de bipolarización. Leguía llega en 1919 al poder gracias al Partido Civil, y lo primero que hace es deportar a los que no estaban de acuerdo con él”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Sobran ejemplos de bipolarización. Leguía llega en 1919 al poder gracias al Partido Civil, y lo primero que hace es deportar a los que no estaban de acuerdo con él”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Hugo Neira

En un artículo anterior me ocupé de los . Esa barbarie continúa. En el día que cumplía 29 años, Edith Huaylas fue asesinada por su esposo, Javier Rivera, en San Juan de Lurigancho. El asesinato se hizo a martillazos, y el padre mató también a sus tres hijos. Se cuentan ya 103 feminicidios. Sin embargo, hay otro tipo de violencia, lo que se está llamando bipolarización.

Objeción, la bipolarización no es reciente. Acudo a la memoria histórica. Desde 1932, el partido aprista pasó por varias persecuciones. Bajo el ochenio de Manuel A. Odría, volvieron a la clandestinidad y Haya se asila en la Embajada de Colombia en enero de 1949. Solo logra salir al extranjero en abril de 1954. Entre tanto, hubo un litigio con la Liga Internacional de los Derechos del Hombre. Ahora bien, el argumento al que acude Torre Tagle, no toca el pasado violento del aprismo en sus inicios. Asesinatos de Antonio Miró Quesada y su esposa, en 1935. Y en 1947 de Francisco Graña Garland. De militares y oficiales de la policía. Pero no abordaré ni el tema de los apristas en prisión o los fusilamientos en Chan Chan. A lo que voy, cuando se quiso aplastar legalmente al aprismo, el argumento del Gobierno Peruano fue que ese partido aspiraba a ser “internacional”. Y, por lo tanto, criminal. Como se puede apreciar, la confusión de lo legal y lo partidario para eliminar al rival, tiene antecedentes. La actual bipolarización no es sino un pasado que no se va.

Sobran ejemplos de bipolarización. Leguía llega en 1919 al poder gracias al Partido Civil, y lo primero que hace es deportar a los que no estaban de acuerdo con él. Rivalidad entre Piérola y Cáceres, a fusilazos, la entrada de Piérola por Cocharcas. Pardo y enemigos que lo matan. Y en los años republicanos, los caudillos, los he llamado “los señores del desorden”. Y la rivalidad entre San Martín y Bolívar. Y en el siglo XVI, Atahualpa en guerra contra Huáscar. Pizarro contra Almagro. ¿Qué estoy diciendo? Que la polarización es un patrón de conducta. Es etnohistoria. Todavía no se entiende que la democracia es mayorías y minorías, y el poder repartido en tres dominios. ¡Para que nadie mande del todo! Si no cambiamos de mentalidad y de comportamientos, no tendremos ni nación ni Estado moderno. Entramos cojeando a un tercer siglo. ¿Saben cómo nos ven? Perú: élites del poder y captura política. John Crabtree y Francisco Durand. El primero, profesor en Oxford. Durand, en la PUCP. Al Estado se le captura (¡!). O sea, nada de partido de oposición. No lo dicen, pero eso buscan.

No estamos sugiriendo correlación alguna entre ambos fenómenos. Matar mujeres al primer no, revela una dificultad de muchos varones, en general de las clases más pobres, para admitir normas de la vida urbana –hoy mayoritaria–, o sea, el principio de la igualdad de derechos de las mujeres. La segunda, es una tendencia social y con mucha pasión. Pero los peruanos nos estamos dividiendo cada día más. Eduardo Dargent ha llamado “demócratas precarios”, a esas élites que influyen pero que no tienen principios “sino estrategias” para su beneficio. Ambas anomalías tienen cura, si medios y políticos practican una pedagogía. Si entendemos el fútbol, podemos entender la política. Dos equipos juegan y se enfrentan, uno gana y el otro pierde. Pero ambos se necesitan. Si no, no hay deporte. Política no es destruir gobiernos o arrinconar parlamentarios. En la modernidad hay tensión necesaria entre rivales. Pero no es guerra. Menos clánica como es la actual. Hay que salir de esa pésima herencia.