(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)

No digo hacia dónde va Francia, porque todavía no se ve una clara tendencia de lo que podría suceder en este país que sufrió un shock político en sus elecciones de hace apenas unos meses. Pero el equilibrio de centroderecha y centroizquierda, formado desde la Segunda Guerra Mundial (sobre todo a partir del primer gobierno de Charles de Gaulle), está en franca retirada. Esto ha permitido el nacimiento de posiciones extremas, con Jean-Luc Mélenchon más a la izquierda y Marine Le Pen más hacia la derecha. 

Mélenchon ha formado una agrupación política con una visión similar al Podemos español liderado por Pablo Iglesias, pero dentro del estilo político francés. Además, es un buen orador. Por su parte, Le Pen, heredera del Frente Nacional fundado por su padre, conduce un partido nacionalista y xenófobo. 

La política en Francia está teniendo una recomposición de su paisaje tradicional. La amplitud de los espacios políticos y la rapidez de los cambios no tienen precedentes desde que se fundó la V República.  

En efecto, un estudio realizado por la encuestadora Kantar Sofres a pedido del conocido periódico francés “Le Figaro”, se pregunta si este fenómeno de cambio de la dicotomía centroderecha-centroizquierda se originó con la elección del actual presidente, Emmanuel Macron, o si acaso es un hecho más antiguo. El estudio concluye que se trata de un proceso de desencanto popular con la élite política tradicional y una desafección con la democracia de gran parte de la población que se inició hace 30 años.  

A consecuencia de este proceso –y debido a una serie de factores socioeconómicos y políticos– se abrió un espacio que favoreció posiciones extremas de corte populista de ultraderecha. También permitió que surgiera una izquierda que, sin ser del todo populista, se inclina más a la del conocido Partido Socialista francés, cuestionando el sistema imperante que mantiene algo del Estado de bienestar clásico (ahora acosado por una política neoliberal y una democracia representativa de élite). 

Pero un dato curioso: a pesar de lo que está sucediendo en Francia –porque se nota un rechazo mayoritario al estilo clásico de hacer política–, un buen porcentaje de electores tiende hacia la centroderecha y una cantidad menor hacia la ultraderecha. En cambio, la centroizquierda se debilitó debido a que aumentaron las preferencias hacia la ultraizquierda. 

Por eso en las elecciones del año pasado Le Pen pasó a la segunda vuelta. La pregunta, sin embargo, es por qué también pasó Macron, fundador del nuevo partido En Marcha y, en el fondo, un ‘outsider’ del sistema imperante. 

Sucede que el vigente presidente de la República Francesa aglutinó con un discurso más fresco, abierto y pragmático a electores que se inclinaban normalmente hacia los centros –tanto de derecha como de izquierda–. Ahora, el resultado es que Francia tiene un presidente de centroderecha que no milita en ningún partido de derecha, que fue ministro de François Hollande (mandatario de centroizquierda) y que tiene una ideología neoliberal. Además, la mayoría de la población percibe a Macron como un pragmático dispuesto a realizar las reformas que la mayoría de franceses reclama. 

Pero he aquí otro dato interesante. A pesar de que el espacio centroderecha-centroizquierda está en crisis, lo cierto es que la elección de Macron (comprometido con una reforma del Estado, con el estudio del bachillerato en los últimos años de la secundaria, con la profundización de la enseñanza del francés en todo el mundo, con la consolidación de la Unión Europea pos-‘brexit’, y a la vez confrontado por situaciones políticas tensas como el nacionalismo corso, el pedido de los alsacianos para tener un estatus especial y una campaña que acusa a uno de sus ministros de acoso sexual) significó la consolidación de un centro más corrido hacia la derecha. 

En Francia los analistas políticos se preguntan si es que esta nueva situación se consolidará o se retornará al equilibrio político de los centros.