(Foto: El Comercio)
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Fernando Rospigliosi

Cada vez más ciudadanos desean que el presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) se vaya y, al parecer, son cada vez menos los congresistas que se inclinan por la vacancia. 

La última encuesta de Datum muestra que el 63% de peruanos quiere que PPK deje el Gobierno, diez puntos más que el mes anterior. (“Perú21” y “Gestión” 7/3/18). Al mismo tiempo, Kenji Fujimori, ahora con el apoyo explícito del Gobierno, sigue sustrayendo, gota a gota, parlamentarios a la bancada de Fuerza Popular, sumándolos a lo que, en la práctica, es un bloque claramente oficialista. No tiene importancia que varios de esos congresistas sean desconocidos y/o que tengan una hoja de vida que más parece un prontuario. A nadie le interesa eso ahora, lo único que cuenta, para uno y otro bando, son los votos. 

El Gobierno también está haciendo su trabajo con ese heterogéneo conjunto denominado Alianza para el Progreso, el partido de César Acuña, y ya tiene varios parlamentarios asegurados a su favor. 

Así, las cuentas que hacen algunos opositores que afirman tener 93 votos comprometidos con la vacancia parecen quiméricas.  

No obstante, es importante la clara definición de Fuerza Popular a favor de la vacancia. El martes, en entrevista con Beto Ortiz en ATV, Keiko Fujimori se pronunció por primera vez abiertamente por la salida de PPK del Gobierno. Por supuesto, usó el eufemismo de pedirle la renuncia, pero es obvio que está dispuesta a persistir en su intento de destituirlo.

Como era de preverse, expresó también claramente su respaldo al sucesor constitucional de PPK, el vicepresidente Martín Vizcarra, para disipar cualquier duda sobre la estabilidad del heredero, porque ese es el principal argumento del Gobierno para combatir a los que pretenden vacar al presidente. 

PPK ha dicho que si lo derriban sobrevendría el caos y sus defensores han augurado que la oposición sería tan dura con Vizcarra como lo ha sido con PPK. En verdad, eso no es factible, porque en este caso los que vaquen a PPK serían directamente responsables –ante la opinión pública– de haber ubicado a Vizcarra en el sillón presidencial. Naturalmente, no estarían interesados en hacerlo fracasar y cargar con parte de la culpa. Por eso probablemente le darían un período de gracia de entre seis meses y un año y, si hiciera un gobierno medianamente aceptable, podría llegar al 2021 sin mayores contratiempos. Además, Vizcarra no es una amenaza para nadie, no tiene partido ni podría postular para el período siguiente. 

En la entrevista mencionada, Keiko se mostró solvente y respondió con seguridad las preguntas agudas de Ortiz, formuladas en un tono amable. Sin embargo, hay temas en los que no tiene escapatoria. Su afirmación de no saber nada del millón de dólares que Jorge Barata afirma haber entregado a su campaña a través de Jaime Yoshiyama y Augusto Bedoya no la cree nadie. O el delicado equilibrismo que tiene que hacer para mostrarse contenta con el indulto a su padre y desaprobar el comportamiento de Kenji, que fue el que lo consiguió, son, sin duda, flancos vulnerables difíciles de cubrir. 

La caída que ha experimentado en las encuestas probablemente se explique en buena medida por las precisiones de Barata que confirman y afinan lo declarado antes por Marcelo Odebrecht. Kenji, que se benefició como ella de los aportes que recibió la campaña del 2011, no sufrió ninguna consecuencia de esa revelación porque él no era el jefe y candidato presidencial, y porque usó ese escándalo como pretexto para renunciar al partido, un gesto de aparente rechazo a los malos manejos de su hermana. 

El hecho es que ahora Kenji aventaja ampliamente en popularidad a su hermana y ese es un argumento fuerte para congresistas y aspirantes a cargos electivos y puestos en el Estado. Las posibilidades de ser jalados por esa locomotora son más atractivas ahora que antes. Y lo contrario ocurre con Keiko

Así las cosas, crece la tentación de saltar del barco que conduce Keiko y subirse al de Kenji.  

Sin embargo, esa puede ser solo una ilusión. Más temprano que tarde la visible alianza de Kenji y Alberto con un gobierno crecientemente impopular les pasará la factura. 

El desenlace de este nuevo intento de vacancia será muy importante para ambos hermanos. Si fracasa nuevamente, los bonos de Keiko se desplomarán. Pero si logran destituir a PPK, Kenji y Alberto quedarán descolocados y en una situación precaria.