El fujimorismo en disputa, por Gonzalo Portocarrero
El fujimorismo en disputa, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

Las encuestas sobre las intenciones de voto en la segunda vuelta revelan algo sorprendente: mientras que Keiko Fujimori añade solo 3 puntos porcentuales al 38% obtenido previamente, Pedro Pablo Kuczynski logra 22 puntos más, para llegar así a 44%, cifra que lo llevaría a la presidencia del país. Por tanto, la inmensa mayoría de ciudadanos que votó por Verónika Mendoza, Alfredo Barnechea y Alan García votarían por Kuczynski. Y lo que estaría detrás de este vuelco no es tanto el carisma del candidato como la resistencia a Keiko Fujimori.

El trasfondo de la segunda vuelta es, entonces, una contienda en torno al significado histórico del fujimorismo. En efecto, en los resultados de la primera vuelta se hace evidente el apoyo a Keiko en Lima y en el norte del país. Este apoyo implica tanto el respaldo al legado de Alberto Fujimori como una simpatía por su hija y heredera política. 

Desde esta perspectiva, se atribuye y agradece al padre la derrota de la insurrección de Sendero Luminoso, así como la salida del proceso hiperinflacionario que fue el primer paso hacia el logro de la prosperidad de los últimos 20 años. Para ambos logros, se estima que era necesario un estilo autoritario y pragmático de gobierno. 

Pero esta perspectiva no quiere ver que entre el autoritarismo, la corrupción y el desprecio por los derechos humanos hay una relación prácticamente necesaria. Y que la concentración del poder engendra la autocracia, la corrupción y la soberbia. 

Y la ciudadanía queda reducida a una condición de minoridad a ser tutelada por un poder que se concibe como superior. Sin embargo, los gobiernos que concentran el poder se vuelven poco transparentes, de manera que, teniendo la impunidad como horizonte, es muy difícil, casi imposible, que no caigan en las tentaciones del abuso y el saqueo del Tesoro Público. 

En todo caso, desde esta perspectiva, el problema fue Vladimiro Montesinos, un “infiltrado” que habría desvirtuado el buen gobierno de Alberto Fujimori. Así, el padre se salva de la crítica y su salida de una prisión “inmerecida” tendría que ser por la “puerta grande”. 

Keiko Fujimori ha apostado a renovar el legado del padre a través del rechazo a Montesinos y a la suscripción de un compromiso explícito con la preservación de la democracia y el Estado de derecho. A través de una esforzada campaña, y gracias a su simpatía personal, ha logrado un apoyo muy significativo en las ciudades de la costa, especialmente en los estratos D y E y entre las mujeres. En general, en los sectores ciudadanos menos interesados en el proceso político, entre aquellos que añoran la “mano dura” como la forma más eficaz de gobierno. 

Pero si el apoyo es importante, el rechazo al fujimorismo es también considerable. Y esta resistencia está en la sierra sur y en los sectores A, B y C. La vanguardia de esta resistencia, según fue visible en la manifestación del No a Keiko del 5 de abril, está en la juventud universitaria y en su rechazo a la corrupción y a la dictadura. Esta juventud es la fuerza que está detrás del “impulso moralizador” que ha llevado al descalabro de las candidaturas de Alan García y Alejandro Toledo. 

Por otro lado, la preferencia de la mayoría de los votantes de la sierra sur por Verónika Mendoza puede leerse como una demanda de inclusión, el reclamo de una presencia estatal que promueva el desarrollo económico y social. No obstante, el hecho de que la gente que votó por Mendoza ahora lo haría por Kuczynski nos tiene que hacer pensar que en esta región ha ocurrido un importante aprendizaje colectivo. Una revaloración de la democracia y el Estado de derecho, y el desvanecimiento correlativo de la creencia ingenua en el “buen patrón”. 

En el mismo sentido, que las regiones más castigadas por la insurrección senderista y la represión indiscriminada, como Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, que fueron bastiones fujimoristas, estén ahora en contra de Keiko, nos dice que la ciudadanía ha reconsiderado su posición y que tiende a predominar la idea de que la lucha sin respeto de los derechos humanos no fue la mejor opción. 

Sea como fuere lo que está en juego en esta segunda vuelta es el modelo de gobierno que prefieren los peruanos. Y aunque remozado, el fujimorismo de Keiko es apoyado por los ciudadanos que siguen pensando que la concentración del poder es la mejor opción.