(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

Es común escuchar que “el Perú es más grande que sus problemas”. Pero ¿es esto posible? ¿Es coherente pensar que el país sigue avanzando a pesar de la inestabilidad política, la corrupción, las desigualdades e injusticias, la baja productividad, la creciente violencia, el poco apego a la norma, la enorme apatía, etcétera? A veces siento que esta expresión realmente busca justificar la inacción y el statu quo. Que es una mezcla rara de falso triunfalismo, negacionismo y espíritu encubridor. Lo común es que esta frase sea utilizada por algunos como pretexto para obviar alguna barbaridad y justificar el “borrón y cuenta nueva”. Todo porque –según nos dicen– “no se debe detener la marcha del país”. Pregunto, ¿detener su marcha hacia dónde? ¿Al desfiladero?

Bajo esta lógica, el dicho no es más que una sandez. Es como decir que nos sentimos complacidos con el hecho de que, por ejemplo, más peruanos estén culminando sus estudios, pero aprendiendo menos. Que vivimos en un territorio único por su enorme diversidad ecológica y biológica, y al que, sin embargo, estamos depredando a un ritmo atroz. Que nos complace que cada vez haya más conciencia y movilización en rechazo a la violencia de género y hacia los niños y niñas, mientras aumenta la impunidad y lenidad hacia los agresores. Que estamos viviendo el período más largo de democracia electoral ininterrumpida en nuestra historia republicana, pero que este viene acompañado de niveles muy bajos de legitimidad e institucionalidad del sistema político y estatal. Que la infraestructura de muchas localidades ha mejorado, aunque a veces ello se haya hecho bajo el mecanismo del “roba pero hace obra”. Que la pobreza ha disminuido a menos de la mitad en los últimos 15 años, pero que la tasa de trabajo infantil prácticamente se ha mantenido igual. O que tenemos un mejor entorno para hacer negocios, a pesar de que cada año retrocedemos un poco más en el índice de competitividad.

Estos y otros problemas serios, estructurales e institucionales, son los que evitan que el Perú transite la senda hacia el pleno desarrollo humano. Obviar esta realidad jamás nos hará grandes. Y es así porque la grandeza de nuestra nación no se construirá desde la ceguera, sino desde un esfuerzo de todos que debe nacer –como he repetido en otras columnas– en la cotidianidad. No perdamos de vista que son los actos cotidianos repetidos por muchos a través del tiempo lo que llamamos ‘estructura’ e ‘institucionalidad’. Nuestra puntería, entonces, debe estar enfocada hacia estas acciones cotidianas y no solo hacia el nombramiento de comisiones especiales que reformarán tal o cual institución.

Precisamente lo espeluznante de las conversaciones que hemos escuchado en las últimas semanas en la prensa es la naturalidad que brota de su contenido, su característica de ‘día a día’. El tono de los felones es el mismo que usan los honestos para citar a un almuerzo de trabajo, tomar un cafecito con un colega, hacerle un favor a un amigo o ayudar en una diligencia al cónyuge. Admito que me avergüenza mi ingenuidad, pero yo me imaginaba a los corruptos susurrando en pasillos subrepticios, reuniéndose en callejones oscuros y practicando un lenguaje encriptado (que sea mucho más sofisticado que aquello de ‘la señora K’). En otras palabras, lo que los audios nos han demostrado es que ya se ha instalado entre nosotros una normalidad corrupta que ni siquiera necesita del montaje de salas montesinescas especialmente acondicionadas para transgredir la ley.

El cambio de la cotidianidad no es fácil y no debe ser individual. Requiere de un alto grado de indignación moral que nos impulse –en conjunto– a romper hábitos, a ser persistentes y antipáticos y a imponer (o recuperar) las relaciones basadas en el civismo. En ese sentido, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman escribió hace unos años que una de las dificultades del mundo actual es que los individuos se ven condenados a buscar “soluciones biográficas a contradicciones sistémicas”. Algo que, añade, resulta imposible. En otras palabras, es ilusorio creer que se puede cambiar a la sociedad aislándose y creando un entorno solo con los parecidos.

Empecemos por el lenguaje. Digamos que “por sus problemas, el Perú no es grande”. Algunos dirán que suena pesimista. No lo creo. Simplemente es ser realista y hacer hincapié en que hacer patria es reconocer los problemas para superarlos.