"Miller acompaña a Santa Cruz hasta el puerto de Islay y allí se refugian en la casa del vicecónsul inglés Cromton". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Miller acompaña a Santa Cruz hasta el puerto de Islay y allí se refugian en la casa del vicecónsul inglés Cromton". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Héctor López Martínez

Un distinguido grupo de historiadores, encabezado por Scarlett O’Phelan, Mauricio Novoa y Michel Laguerre, ha escrito y editado el hermoso y erudito libro “Miller, militar, político y peruanista, 1795-1861”, gracias al auspicio de la Asociación Cultural Peruano-Británica. Este libro aparece muy oportunamente, en el umbral del bicentenario de nuestra independencia, donde el entonces joven oficial británico tuvo un brillante y heroico desempeño.

Con muy buen criterio los editores del libro han dividido su contenido en diez capítulos y un epílogo, que abordan cumplidamente el tiempo, el entorno y la andadura del personaje, de tal modo que el lector recibe información muy valiosa que le permite comprender mejor los hitos biográficos culminantes de Miller, abundosos de sucesos de gran importancia que se inician mucho antes de nuestras jornadas libertarias y continúan varias décadas después de ellas.

Natural de Wingham, Inglaterra, William Miller nació en 1795. Fue soldado desde muy joven, cuando apenas había cumplido 15 años. Veterano de numerosas campañas en Europa –estuvo en Waterloo– luchó también en América contra los independentistas norteamericanos. Pero es recién a mediados de 1817, en el Río de la Plata, cuando inicia su periplo sudamericano al servicio de la causa patriota en contra de España.

Como segundo jefe del Octavo Regimiento de Infantería y ostentando el grado de teniente coronel llega a nuestras costas en 1820 en compañía del general José de San Martín y el Ejército Libertador. En 1821 es ascendido a coronel del Ejército del Perú, a general en 1823 y con ese alto grado se bate gallardamente al mando de la caballería patriota en las batallas decisivas de Junín y Ayacucho.

Finalizada la guerra de la independencia, sigue al servicio del Perú ocupando cargos políticos de importancia. Marcha por unos años a Inglaterra, pero su nostalgia por nuestra tierra es muy grande y retorna. En 1835 se le otorga el bastón de mariscal del Perú. Vendrán luego los días asendereados de la Confederación Perú-Boliviana y Miller, partidario del mariscal Andrés de Santa Cruz, será borrado del escalafón militar, por orden del mariscal Agustín Gamarra, luego de la Batalla de Yungay que pone fin a la Confederación (1839).

Las pasiones republicanas resultaron más fuertes que la gratitud debida a un prócer de la independencia. Durante varios años Miller trató infructuosamente que se le restituyeran sus inobjetables derechos y honores ganados a fuerza de sable y botes de lanza en la guerra separatista. Vano intento. Desesperanzado, con veintitrés cicatrices causadas por heridas de armas de fuego y cortantes, a guisa de condecoraciones que nadie le pudo mezquinar, Miller regresa a su patria y retornaría al Perú en 1859. Finalmente, en marzo de 1861, el presidente Ramón Castilla, justiciero y generoso, le restituye los títulos y condecoraciones tan merecidamente ganados. Lamentablemente, el mariscal estaba muy enfermo y había decidido embarcarse en el buque inglés Naiad para buscar alivio a sus dolencias en el Viejo Mundo. Todavía la nave se encontraba al ancla en la rada del Callao cuando el 31 de octubre del ya mencionado 1861 Guillermo Miller dejó de existir. Enterrado en el Cementerio Británico de Bellavista, sus restos fueron trasladados en 1926 al Panteón de los Próceres. Recién en esa oportunidad recibió el merecido aunque tardío homenaje de una nación agradecida.

En sus “Memorias” –cuya primera edición en inglés se publicó en Londres en 1828– Miller ofrece una información variadísima que no se circunscribe al hecho militar y político. Su testimonio es útil para el sociólogo, historiador, economista, etnólogo, geógrafo, etc. En efecto, Miller tan pronto describe la destreza de los caballos de la hacienda Caucato para cruzar el río Pisco como relata la trayectoria del negro Ildefonso, un héroe olvidado; la calidad de las papas de algún valle serrano, las divisas de los uniformes de los ejércitos o una corrida de toros. Todo ello, evidentemente, nos da una amplia visión del marco en que se desarrollan los hechos de los cuales fue testigo excepcional. Miller sirvió a las órdenes de San Martín y Bolívar, dejando de ambos excelente y veraz información.

Durante los años de la Confederación Perú-Boliviana, Miller ocupó importantes cargos diplomáticos, militares y de gobierno que le encomendó Santa Cruz. En la hora triste de la derrota, Miller acompaña a Santa Cruz hasta el puerto de Islay y allí se refugian en la casa del vicecónsul inglés Cromton. Abordan finalmente la fragata inglesa Sammarang y parten al destierro.

Miller, gran peruanista –basta leer sus “Memorias” para acreditar dicho título– merecía largamente este significativo recuerdo y homenaje que le brinda el importante libro que motiva estas líneas.