Comunicar. Tremenda palabra que muchas veces nuestros gobernantes toman a la ligera, como si transmitir un mensaje con claridad no fuera un asunto esencial, no hiciera la diferencia entre tomar buenas o pésimas decisiones. Cuántas veces hemos escuchado a ministros o presidentes argumentar que están haciendo bien las cosas, peeeero que no han sabido comunicarlas. Y lo dicen tan campantes, sin percatarse de que, en esas frases, hay un desprecio implícito por el ciudadano, al que no es necesario rendirle cuentas.
En estos tiempos de pandemia, el Gobierno ha tenido el reto complejo de emprender una campaña para orientar a las personas sobre cómo comportarse. Algunas han tenido mejor acogida que otras: “Yo me quedo en casa” fue un mensaje claro y solidario; “Primero mi salud” trataba de convencernos de que no expusiésemos nuestras vidas por razones económicas; “No seas cómplice” fue un mensaje polémico, porque las autoridades pusieron sobre los hombros de los peruanos la responsabilidad por los contagios y las muertes por COVID-19. Pero, en fin, por lo menos sirvió para meter un poco de miedo y para que las reuniones familiares parasen.
Esta semana, sin embargo, hemos asistido boquiabiertos al lanzamiento de una nueva campaña, “Lucha Perú”, en la que se ensalza la figura de una mujer como ejemplo de resiliencia, independencia y esfuerzo para salir adelante. En el spot, impecablemente realizado, una abuela cuenta que a su hija le puso de nombre “Lucha”, porque –por ser mujer– tendría que arreglárselas, tendría que chambear el doble. Lucha termina la secundaria “y sale con una sorpresita”: se embaraza, no sabemos de quién, pero claramente se trata de un embarazo adolescente y no deseado, porque la luchadora de nuestra historia aparece carilarga, con uniforme de colegio y panza. Para hacerles el cuento corto (pueden buscar el video en YouTube), Lucha da a luz a Esperanza y se dedica a todos los oficios habidos y por haber para mantener a su niña. Por supuesto, la pandemia la deja en la calle y Lucha, que no se deja derrotar, se dedica a pintar mascarillas.
El mensaje que pretende transmitir el Gobierno en estas épocas de incertidumbre es que “a los peruanos nada los detiene”, que “somos luchadores”. Sin embargo, nos deja claro que la lucha de Lucha es en solitario: no hay un Estado que la ayude a prevenir un embarazo adolescente, ni que cuide a sus padres que migraron por el terrorismo, ni que le asegure un trabajo digno (todos sus empleos son precarios), ni que la apoye cuando cierra su puesto de menús. Ella está sola, pintando mascarillas en la mesa de su casa, para –una vez más– salir adelante en un país que ha bautizado como “emprendedores” a los sobrevivientes.
¿Por qué le prestamos tanta atención a lo que simplemente podría ser un mal spot y punto? Porque resulta que, a raíz de la pandemia, en el Perú se han multiplicado las Luchas. Solo en Lima se perdieron más de dos millones de empleos formales y los que ya vivían en la informalidad han visto cómo sus medios de sobrevivencia se han deteriorado. Las veredas están repletas de ambulantes a los que los municipios tratan de echar sin éxito. Las calles y las carreteras están saturadas de colectiveros y taxistas recién estrenados que, escapando de la policía y de los controladores de tránsito, tratan de hacer algo de dinero para llevar a casa.
Hay un Perú desesperado que, una vez más, se las arregla como puede; y hay un Gobierno que acaba de lanzar una campaña en la que los aplaude de pie, renunciando a asumir cualquier responsabilidad frente a esta situación que están viviendo.
A veces, las campañas de comunicación son un fiasco porque no transmiten los mensajes con claridad. Esta no tiene ese problema. Es, más bien, un escándalo porque, en un spot de un minuto, este Gobierno nos ha dejado muy claro que somos ciudadanos sin derechos, bajo la tutela de un Estado que renuncia a sus deberes.