Alonso Cueto

Hacer es un proceso que puede ser largo y complicado, según la persona a la que vayan dirigidos. Se trata de una confesión que le hacemos al regalado. “Sé que esto te gustará o te servirá porque te conozco”, es el subtexto que lo acompaña.

Luego, los resultados de todas esas decisiones se amontonan en formas de muchos colores bajo el árbol. Como ha escrito Leila Guerriero en un bello artículo, ese será el momento de alzar las tazas de chocolate o las copas de vino o los vasos de cerveza para recordar a todos los que no están aquí. En el Perú, muchas familias tendrán que pasar estas pensando en los que murieron en los disturbios. Otros muchos pensaremos en las antiguas navidades, cuando estaban aquí nuestros padres y otros parientes o amigos desaparecidos y la vida era otra, aunque sea la misma. Luego vendrán los brindis, la misa para algunos, el recuerdo de lo que debía ser siempre la Navidad como un aniversario de la vida de Cristo, y la cena que, de acuerdo con las posibilidades de cada familia, es la celebración de un aniversario colectivo: la afirmación de la familia como un grupo unido y resistente a los embates del futuro. Para las familias que reciben a hijos o hermanos o padres que vienen del extranjero, se trata de un periodo de peregrinación a las raíces, ese centro secreto de seguridad y afecto que toda familia debía representar. El hecho de estar juntos debía suponer que esos lazos son indestructibles.

El árbol representa una ascensión al cielo en base a unas raíces profundas. Su simbolismo es antiguo y está acreditado en diversas culturas y religiones. En el Génesis aparecen el “árbol del conocimiento del bien y el mal” y el “árbol de la vida”. En el ritual de la “yunza” se adorna al árbol con regalos, en una ceremonia que celebra la unión con la tierra (hoy sabemos que la ceremonia de la yunza tiene sus orígenes en las culturas precolombinas). En el budismo, el personaje de Buda recibe el estado del nirvana bajo una higuera. También entre los nórdicos aparece el Igdrassil. Uno de los grandes villancicos de la historia es el germano “Oh, Tannenbaum” (“Oh, abeto”). Al pie de esos árboles, aspirando al cielo, se ponen los regalos.

El santo turco San Nicolás es sin duda el más famoso por sus regalos de bondad. Nicolás, que luego se convirtió para los alemanes en Nikolaus, es el origen de la palabra Santa Claus. Está asociado a la Navidad por la fecha de su muerte, el 6 de diciembre del año 345. Una de sus obras más famosas fue la entrega de bolsas con monedas de oro a las tres hijas de un hombre de pocos recursos. Era la dote que necesitaban para casarse. Por entonces, si no lo hacían, su vida estaría amenazada por la pobreza y la soledad. Ese obsequio salvó a las tres jóvenes de la prostitución, que hubiera sido su destino en una vida tan necesitada. San Nicolás se convirtió en un santo adorado por los niños y las niñas, a quienes iban dirigidos sus regalos. Sus restos fueron a descansar a la ciudad italiana de Bari, por lo que es conocido como Nicola di Bari, un nombre tan actual por otros desgraciados motivos.

Pocas navidades como esta han venido en tiempos de tantas incertidumbres y necesidades en el Perú. La situación es con seguridad sustancialmente mejor de lo que era hace tres semanas. Y, sin embargo, hay tanto por construir. Esperemos lograr entre todos el regalo que nos merecemos.

Alonso Cueto es escritor