¿Cómo has cambiado, pelona?, por Andrés Calderón
¿Cómo has cambiado, pelona?, por Andrés Calderón
Andrés Calderón

“Cisco de carbonería. Te has vuelto una negra mona, con tanta huachafería”… continuaba el poema de Nicomedes Santa Cruz que empezó a recitar Keiko Fujimori en el debate en Piura, para recordarle a Pedro Pablo Kuczynski (PPK) su apoyo en la segunda vuelta de las elecciones del 2011.

La noche del domingo fue, en efecto, una para rememorar. Nos sirvió a los electores para recordar que, a lo largo de la campaña, prevalecieron las pullas. Que más presente estuvo el pasado en la polémica que el hoy y el mañana. Y, por supuesto, cómo cambió la percepción de PPK en cinco años respecto a su ahora contrincante.

Pero el cambio no tiene por qué ser motivo de vergüenza, sino más bien reflejo del aprendizaje y madurez que solo los años brindan; y la propia Keiko Fujimori nos ha dado varios ejemplos. 

Hace poco más de un mes, explicaba que su “pensamiento ha evolucionado” refiriéndose a su categórico rechazo al autogolpe de 1992 y a su respaldo a la labor de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. El compromiso que firmó en el debate de la primera vuelta sería la prueba más contundente del progreso de la candidata y del simbólico rompimiento con el fujimorismo antidemocrático de los noventa.

Pero este no ha sido el único de los vuelcos de la presidenta de Fuerza Popular. En la polémica del domingo, la señora Fujimori criticó a PPK porque “no le importó el pueblo del Cusco ni el Perú al momento de entregar el gas de Camisea a los extranjeros”. Una frase que bien podría ser el testimonio de que el nuevo fujimorismo reniega de la inversión extranjera y, con ello, de los beneficios en productividad, calidad de servicio y mayores ingresos que fueron precisamente el resultado de las más de 220 privatizaciones –en gran número a empresas extranjeras– que se dieron durante el gobierno de Fujimori padre.

El repudio de la lideresa de Fuerza Popular al proyecto Tía María durante el debate sería otra muestra del desapego del moderno fujimorismo por la inversión privada, usando como curioso ejemplo un proyecto cuya exploración se inició durante el gobierno de su progenitor (1994). Una posición que pasa por alto que las voces contrarias al proyecto vieron desvirtuados uno a uno sus cuestionamientos medioambientales, y que buena parte del crecimiento del país se cimentó en otros “tía marías” que surgieron durante la década de los noventa.

Y el “con nosotros, Talara sí va” del reciente debate puede ser interpretado como otra epifanía del renovado fujimorismo que representa Keiko, convencido de que el Estado deba invertir US$3.500 millones de los contribuyentes en una empresa como Petro-Perú que ha demostrado una y otra vez su ineficiencia. En el pasado quedará el acertado reproche de la señora Fujimori al presidente Ollanta Humala por “el intento de violación a la Constitución” y su “falta de criterio en la priorización de nuestros recursos” que implicaban el abortado intento de compra de la refinería La Pampilla y el negocio de grifos de Repsol a través de la propia Petro-Perú.

Queda claro pues que, al menos en el frío papel, el remozado pensamiento de Keiko Fujimori es tan democrático como intervencionista. Que abandona, por igual, las credenciales del buen manejo económico del gobierno de su padre y las atrocidades contra la democracia y los derechos humanos.

Pero seamos realistas, la intención de voto demuestra que son muchos los que no creen en ese “giro a la izquierda” como tantos otros tampoco creen en su vena democrática. Y antes que reclamarle “deja ese estilo bellaco, vuelve a ser la misma de antes”, muchos de los primeros escogen taparse un ojo y ver solo la mitad de los compromisos.