Historia de dos discípulos, por Alfredo Torres
Historia de dos discípulos, por Alfredo Torres
Redacción EC

Una vieja práctica política de los gobernantes en dificultades es aprovechar una real o aparente agresión externa para cohesionar a la población tras ellos. El espionaje chileno al Perú y la declaratoria de Estados Unidos contra el Gobierno Venezolano son dos casos recientes en que los afectados han usado la agresión externa para reforzar su frente interno. Pero la eficacia de estas medidas es cada vez más limitada en tiempos de redes sociales y opinión pública informada.

En el caso peruano, el deplorable espionaje descubierto hace varios meses fue aprovechado por el presidente Ollanta Humala para expresarse duramente en defensa de la soberanía nacional, cambiar la agenda política –que venía muy cargada en contra suya– y procurar incrementar su alicaída popularidad. Si esos fueron sus objetivos, el éxito ha sido modesto. La aprobación a su gestión se incrementó de 22% a 25%, pero el 62% interpretó la divulgación de los hechos como una cortina de humo para encubrir otros temas. Felizmente, la enérgica reacción presidencial no pasó de algunas declaraciones destempladas –como las que propinó contra El Comercio– y ya logró encauzarse a través de la cancillería, que es a donde corresponde.

En el caso venezolano, en cambio, el pronunciamiento estadounidense ha sido inmediatamente utilizado por para conseguir una ley que, según su cuenta en Twitter, será “una ley antiimperialista para garantizar la independencia de la patria”. La verdad es que –como ha señalado – las sanciones estadounidenses le han dado a Maduro la excusa perfecta para envolverse en la bandera nacional, usurpar más poderes y reprimir aún más a la oposición. Como se sabe, a la larga prisión de Leopoldo López se ha sumado recientemente la detención del popular alcalde de Caracas, . Para que los peruanos imaginemos, la situación es como si Alberto Fujimori hubiese apresado a Alberto Andrade cuando este era alcalde de Lima y opositor a su gobierno.

No sabemos aún si Maduro logrará confundir a un sector de la población venezolana con esta actitud, pero lo que sí está claro es que no engaña a la opinión pública internacional. Según la última encuesta de Ipsos en el Perú, el 82% califica a su gobierno de una dictadura, el 81% considera que reprime a la oposición y no respeta la libertad de expresión y solo el 3% cree que es un buen gobierno para su país. Resultados similares seguramente se recogerían en otros países de la región. 

Por eso llama la atención –como bien apunta Mario Vargas Llosa– “que los gobernantes latinoamericanos que han llegado al poder gracias a la democracia están dispuestos a cruzarse de brazos y mirar a otro lado mientras una pandilla de demagogos asesorados por Cuba en el arte de la represión van empujando a Venezuela hacia el totalitarismo”. El presidente Humala debería escuchar al garante de la hoja de ruta. Sería la mejor demostración de que no está hipotecado al chavismo por el apoyo recibido en el pasado. Según la misma encuesta de Ipsos, el 61% apoyaría que respalde el pedido de Vargas Llosa de exigir al gobierno de Maduro que facilite una transición pacífica de Venezuela a la democracia.

Humala y Maduro comparten el triste honor de ser los gobernantes menos populares de la región, pero existen al menos dos grandes diferencias: en primer lugar, mientras en el Perú contamos con una democracia débil pero con división de poderes y libertad de prensa, en Venezuela la democracia es un cascarón que encubre un régimen dictatorial y represivo. En segundo lugar, pese a la desaceleración, la economía peruana es estable y libre. En cambio, la economía venezolana está crecientemente controlada por su gobierno, con lo cual cada vez más se hunde en la inflación, la escasez de productos básicos y el desempleo.

Si Humala se conduce con inteligencia en los 15 meses que le restan de gobierno, si se concentra en dinamizar la inversión en educación e infraestructura, por ejemplo, seguramente concluirá su gestión con un moderado incremento en su popularidad y tendrá algún futuro político. En cambio, es improbable que Maduro concluya su mandato. Contra lo que él sostiene, no caerá víctima de una conspiración imperialista sino que colapsará estrepitosamente como consecuencia del caos económico, la corrupción y el abuso que han caracterizado al chavismo. Los peruanos solemos ser malagradecidos, pero, viendo el padecimiento venezolano, no podemos dejar de reconocer a quienes lograron impedir que en el 2006 llegue al poder el Humala admirador de Chávez y a los que lo persuadieron de seguir caminos más sensatos en el 2011.