La hostilidad hacia el arte, por Gonzalo Portocarrero
La hostilidad hacia el arte, por Gonzalo Portocarrero
Redacción EC

El arte ha recibido distintas definiciones en la historia del pensamiento. El filósofo alemán lo define como “el órgano de exploración de la vida”. La idea es que solo a través de esa actividad que se hace sin reglas, siguiendo los pasos errantes de nuestra intuición, logramos objetivar aquello que nos hiere y, también, que nos hace gozar. El arte es pues la creatividad que abre nuevos caminos a la vida, siempre amenazada por la reiteración resignada, por el fatalismo de quien ha abdicado de sus ilusiones y que en nombre del “realismo” abdica de cualquier pretensión de felicidad. El arte nos recuerda que debemos exigirle más a la vida, nos impulsa a imaginar situaciones más felices, de mayor realización humana. 

La hostilidad hacia el arte nace del rechazo a la libertad, de la proscripción de las actividades que como el juego y el amor desestabilizan la realidad. La aligeran de su peso mortífero que la hunde en la repetición desesperanzada del adicto y el amargado. El arte es pues apertura a la posibilidad, reafirmación del poder de la vida.

Cada época genera sus artistas que tratan de explorar las nuevas ideas y sensibilidades. Los que tratan de dar forma a lo que presentimos oscuramente. Solo los más esforzados y talentosos se convierten en “clásicos”. Sus obras no pasan de moda, pues han logrado entrever algo universalmente válido, en que gente de diversas edades y grupos nos reconocemos, y compartimos, por más amplias que sean nuestras diferencias. Todo artista aspira a ser un clásico. Pero muy pocos lo logran y tampoco es que esta situación tenga que vivirse como una tragedia. Basta con abrir la sensibilidad de los contemporáneos a la posibilidad de lo bello y diferente. Eso es mucho, y basta y sobra para justificar el arte y quedar agradecidos a los artistas. 

La hostilidad hacia el arte puede provenir de circunstancias muy distintas. En su célebre novela “Los ríos profundos”, nos cuenta cómo los gamonales han logrado erradicar, entre sus “indios”, el gusto por la música y el baile. La humillación, el hambre y el sonido del látigo han generado personas temerosas, que tiemblan de su propia sombra. El miedo y la autocompasión reemplazan al gusto por la vida. 

Y en la época de los nazis se estigmatizó todo el llamado “arte decadente”. Es decir, el arte de vanguardia, el que escapaba de las rígidas convenciones figurativas para pretender expresar el caos animoso de la vida. 

Y en nuestro país el alcalde de Lima, , ha desplegado una cruzada personal contra los murales que daban color y embellecían la ciudad. Los ha borrado usando como pretexto una supuesta necesidad de pureza que según el alcalde sería parte de las recomendaciones de la Unesco. Y ha actuado de manera autoritaria e inconsulta. Como si él fuera el depositario del buen gusto. El que estaría en condiciones de decir lo que es el “arte efímero”, que no tiene valor ni significado. 

En realidad, se trata de menoscabar la imaginación de la gente, de impedir el desarrollo de su sensibilidad estética. Imagino que el ideal humano del alcalde es una suerte de hombre-máquina a quien no le importa la belleza, pues no la valora como orientadora de la vida. 

Entre los muchos murales borrados por la bárbara arbitrariedad del alcalde, lamento en especial la desaparición del pintado por Elliot Túpac. “Antes soñaba” era un verdadero desborde imaginativo a la vez que un homenaje a la niñez que enfrenta circunstancias durísimas sin perder precisamente la capacidad de soñar, de tener esas ilusiones ahora proscritas. La lección es, sin embargo, clara: los artistas y la ciudadanía tienen que compenetrarse más. Los artistas expresando las mejores posibilidades del imaginario popular y los ciudadanos comprometiéndose y haciendo suyas esas obras que hacen más propia y menos hostil a la gran urbe. Los intentos de justificar la destrucción de los murales con el argumento de ser un arte efímero no hacen más que evidenciar lo burdo de la nueva administración. Tenemos que hacer nuestros los murales. Ojalá aprendamos la lección.