(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Richard Webb

El bienestar es un coctel de tiempos, preparado con una rodaja del ayer, varias cucharadas del hoy y una lata entera del mañana. Más que nada, solo podemos estar bien hoy día si creemos que estaremos bien, o incluso mejor, mañana.

¡Qué difícil para el economista, cuando le piden pronunciarse acerca del bienestar! Su herramienta estadística más importante es el PBI, una suma de todo lo que se produce en un período corto. La satisfacción que nos dan los logros del pasado no aparecen en esa cifra. En cuanto al futuro, el PBI sí lo considera en parte porque incluye algunas formas de inversión, como son las compras de ladrillos y cemento y maquinarias, gastos que no aportan nada a la mesa de hoy pero que, esperamos, mejorarán el bienestar de mañana. Desafortunadamente, se trata de una aproximación confusa, que solo incluye una parte de las inversiones, y con mucho margen de error cuando valoriza los beneficios esperados, como sucede con los múltiples fracasos empresariales, o con la sobrevaluación de los megaproyectos del Estado.

La importancia que tiene el futuro en nuestras vidas se ve reflejada en las noticias, que más y más consisten no en acontecimientos del pasado sino en anuncios y expectativas acerca del mañana. La fijación con el futuro es especialmente evidente y entendible en el mundo de los negocios. Un día como otros, por ejemplo, el lector del diario “Gestión” fue informado, en las 32 páginas del diario, de 25 eventos que iban a suceder en el futuro, créditos que se abaratarán, una irrigación que se reanudaría, un mercado laboral que seguiría débil, deuda pública que empezaría a elevarse, una decisión que iba a tomar Petro-Perú, y mucho más. Con tanta información acerca del futuro, el empresario puede sentirse más apoyado y apto para seguir creyendo en sí mismo.

La preocupación con el futuro se hace evidente también en la importancia que, en pleno siglo XXI, siguen teniendo los profetas. Ciertamente, no son ya los augures romanos quienes estudiaban las vísceras de animales para formular sus pronósticos. El profeta de hoy que atiende a las empresas grandes y formales viste terno y doctorado en economía, y adorna sus revelaciones con presentaciones powerpoint, pero cumple la misma función, que es impartir un poco de sabiduría, y sobre todo, confianza para vencer la inevitable ansiedad en todo emprendimiento productivo. Las empresas pequeñas e informales, especialmente los choferes y otros que se ocupan en actividades riesgosas, recurren a sus santos protectores propios, como el Señor de Muruhuay o Sarita Colonia. El objetivo es entendible: en un mundo de alta inseguridad, los amuletos y las creencias reponen el tanque de confianza que se necesita para seguir bregando.

El optimismo es una necesidad evidente para los negocios. Pero hoy se viene descubriendo que los altos niveles de esperanza y optimismo también juegan un papel central en las vidas individuales. Carol Graham del Brookings Institution y Julia Ruiz de la Universidad de Oxford, por ejemplo, vienen de publicar un estudio que documenta la potencia que tiene la pura esperanza como motor del éxito en la vida de las personas. Lo que siempre ha sido evidente para la sabiduría popular, hoy empieza, finalmente, a ser un descubrimiento científico.