Hace 152 años El Comercio ya daba cuenta de en Lima. El 7 de marzo de 1871 se publicó la carta de un señor de apellido Colón que narraba cómo “en el camino a la Chosica” cayó tanta lluvia que el río arrastró una vaca y una mula, así como tierra, piedras y rocas “demoliendo las tapias, llenando las acequias y cubriendo el camino hacia la sierra con una capa espesa de arena y de cascajo”. Seis años después, en pleno 31 de diciembre, se desató una lluvia que aterrorizó durante 15 minutos a la capital. El Comercio dio una explicación científica para calmar a los lectores que se habían refugiado en las iglesias pidiendo perdón por sus pecados.

Y así encontramos todos los años historias de lluvias, inundaciones y deslizamientos que pasan por los mismos sitios, en los mismos meses y nunca estamos preparados.

Resulta increíble que un país expuesto a huaicos, sequías, heladas, sismos, tsunamis, volcanes y el fenómeno de El Niño no haya desarrollado una cultura de la . Más aún ahora en un contexto de cambio climático que hará más frecuentes e intensos estos eventos.

Solo entre enero y febrero ya hubo 106 huaicos en el país, muchos más que en los dos últimos años. Y el Senamhi alerta sobre fuertes precipitaciones en la costa. El lunes, ECData reveló que los gobiernos regionales y locales no usaron 371 millones de soles que tenían presupuestados para la prevención de desastres naturales. Los que menos ejecutaron son los más vulnerables: Arequipa, Piura, Ica y Áncash. Los distritos de Lima gastaron en promedio S/8,5 de cada S/10, pero Comas, Carabayllo, San Juan de Lurigancho y Villa María del Triunfo no llegaron ni a un sol.

Según el Minam, el 46% del territorio nacional se encuentra en condiciones de alta a muy alta vulnerabilidad y el 36% de la población ocupa ese espacio. Un estudio de Grade indica que el 90% de la expansión urbana del país en los últimos 20 años es informal. Es decir, cada vez tenemos más viviendas precarias en zonas donde ocurrirán desgracias.

El recordado Julio Kuroiwa decía que el primer paso para transformar la preocupación en una acción tangible es impregnar la cultura de la prevención desde la más temprana edad en el currículo de los colegios para también influir en las familias. Un protocolo de acciones sencillas que todos podamos cumplir en nuestras casas puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Pero urge entender que la gestión de riesgo de desastres debe ser un pilar del gobierno y de cualquier partido. Reubicar, ordenar y educar a una población que desafía a la naturaleza es una prioridad. Un fenómeno de El Niño o un terremoto, que va a llegar, puede colapsar al país y condenar nuestro futuro.

Ojalá no tengamos que ver este verano la típica e inútil estampa de la autoridad con casco, chaleco y botas posando para la foto mientras apunta con el dedo al desastre consumado.

Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada es director periodístico de El Comercio