Las recientes lluvias caídas semanas atrás en San Martín estarían relacionadas con el fenómeno de La Niña (Foto: Hugo Anteparra)
Las recientes lluvias caídas semanas atrás en San Martín estarían relacionadas con el fenómeno de La Niña (Foto: Hugo Anteparra)
Daniela Meneses

¿No sabían los habitantes de Mirave, esa localidad que hace unos días ha quedado en escombros, que estaban en riesgo? ¿No habían sido ya afectados en el 2015? ¿Por qué no se mudaron?

Las lluvias e inundaciones ya han dejado estas semanas 11 muertos, 18 mil damnificados y 8 mil afectados. Mientras se pronostica que las precipitaciones continúen, un informe de El Comercio de ayer daba cuenta de que existen en el país al menos 40 zonas de riesgo no mitigable.

Independientemente de la responsabilidad del Estado por la falta de acciones adecuadas para la prevención y eventual reubicación, quienes manifiestan esa interrogante quieren saber, más bien, por qué los pobladores no deciden por su cuenta salir de una situación de peligro. Detrás de esto parece estar la idea de que muchos ciudadanos son irresponsables, no calculan bien el riesgo o no toman las riendas de su vida.

Con una mirada menos condescendiente, diversos expertos se están haciendo la misma pregunta; buscan entender por qué las personas viven en lugares proclives a inundaciones, huracanes, erupciones volcánicas, climas muy duros o, en general, a los efectos del cambio climático.

En “Por qué la gente decide quedarse en áreas vulnerables a los desastres naturales”, un artículo publicado por Journalist’s Re-source de Harvard Kennedy School, se sistematizan estudios que identifican las distintas variables detrás de esta decisión. La más evidente es quizás el dinero; o, mejor dicho, la falta de este. Otros factores que influyen en la decisión son el nivel de daño que se prevé; la edad del individuo (sería menos probable que los mayores se muden); si este es dueño o si alquila su hogar; el grado de confianza que tiene en la posibilidad de adaptarse a una nueva realidad; o la relación de su actividad económica con la zona en cuestión.

A lo anterior se le agrega otro factor que sería central: el sentimiento de comunidad. Estudiando zonas de huracanes en Estados Unidos, Gina Yannitell, profesora de la Universidad de Essex, ha concluido que muchas personas deciden seguir viviendo en esas áreas porque “simplemente se siente como el hogar”. Así, factores como el tiempo que una persona ha vivido en un área y sus nexos con la comunidad hacen más probable que esta regrese a vivir ahí, incluso luego de un desastre. Esta idea es también mencionada por Helen Adams, de la Universidad de Exeter, con el término ‘apego al lugar’ (‘place attachment’): “el lazo entre las personas y los espacios”.

Adams ha encontrado esto al estudiar a residentes de San Mateo, Chocna, Surco y Caruya, lugares situados entre los 2.000 y casi 4.000 metros de altura afectados por la inclemencia climática (extremos de temperatura, precipitación excesiva, sequía). En esos sitios, un 54% de la población no estaba satisfecha y había contemplado mudarse en los cinco años anteriores. Adams buscó entender por qué a pesar de eso no lo habían hecho. Una razón importante era precisamente el apego al lugar, que incluye componentes como los nexos afectivos; la necesidad de cuidar a la familia; y el miedo de lo que puede estar afuera. Solo un 26% dijo que la razón principal para no mudarse era la falta de recursos. Si bien en estos casos las causas de haber pensado vivir en otra comunidad eran fundamentalmente socioeconómicas y no directamente climáticas, Adams considera que el estudio de los patrones de movilidad en una población que ya sufre la inclemencia del clima puede ser útil para entender cómo actuarán si este empeora.

“Vivo en Chosica desde que tengo 5 años. Ya tengo 64 y me quedaré hasta que Dios me lleve”, le dijo María Parapiaza a El Comercio esta semana. Era la misma señora que contaba el miedo que había sentido la última vez que hubo un huaico en su casa. Necesitamos buscar estos testimonios. Preguntémonos por qué la gente no se muda. Pero este ejercicio solo tendrá sentido si estamos también dispuestos a escuchar las respuestas.