Huamanga, 1964, por Luis Millones
Huamanga, 1964, por Luis Millones
Luis Millones

Llegué en marzo de ese año. Era la primera vez que sería profesor en una universidad fuera de Lima. Además, debutaba como docente a dedicación exclusiva.

Muy pronto se me hicieron notorias las distancias entre la población que se consideraba urbana (en los escasos límites del área construida como tal) y las comunidades indígenas que la rodeaban. Por encima de las inexistentes diferencias fenotípicas, la gente de la ciudad había construido una “historia oficial” que marcaba las diferencias y que daba legitimidad a su autopercepción. De acuerdo con esta versión, los huamanguinos eran descendientes de los españoles, mientras que los “indios”, como llamaban a aquellos que no eran oriundos de la ciudad, pertenecían a la “nación pocra”.

La construcción de esta fantasía puede rastrearse desde el siglo XIX, y se ratificaría a través de muchos de los números de la revista “Huamanga”, en especial en la década de 1940. Su formulación más precisa, sin embargo, está en el folleto publicado por Ramón Muñoz en 1803 y titulado “Huamanga vindicada”.

En este texto el autor argumenta: “Mientras el indio de las punas solitarias y sin paisaje es triste, hosco y huraño; el de las quebradas es alegre, franco y amigable. En los primeros, el sentimiento de lo bello no existe y en los segundos, que fueron los que estuvieron en contacto con los españoles, tienen en su cerebro el sello de su origen, son ardientes, turbulentos y soñadores. El tipo huamanguino [es decir de la capital de Ayacucho], el de los valles de Huanta, el de Cangallo y los de las quebradas de Parinacochas y Lucanas, son ejemplos de asimilación de esa noble raza española”.

La convicción de que este pasado representaba una verdad plena para los residentes urbanos (que eran además propietarios de tierras o dedicados a la comercialización de los productos del área rural) logró, a su vez, que esta visión estuviera internalizada en la sociedad indígena. Tanto es así que, cuando el médico Maxime H. Kuczynski preparó un estudio sanitario en la zona en 1947, encontró que los campesinos de Macachacra (Ayacucho) habían asumido como suya la percepción racista de los “blancos” citadinos.

Estas fueron algunas de las preguntas y respuestas que obtuvo Kuczynski en su estudio: 

¿Por qué aprendes castellano? Para hablarlo con otras personas.

¿Qué hablan acá? Quechua.

¿Quiénes hablan quechua? Los serranos. (Otra respuesta: Los indios).

¿Entonces ustedes hablan quechua? No. (Otra respuesta: Todos somos indios).

¿Entonces, yo soy indio? No, usted es doctor.

¿Qué diferencia hay entre un misti (blanco) y un indio? Ser blanco.

¿Quieres ser misti o indio? Misti. 

¿Por qué? Porque quiero civilizarme en la escuela.

¿Piensas que la civilización del misti sea mejor? Sí. (Otra respuesta: La civilización del misti es otra).

Conviene recalcar la autocalificación de los campesinos como indios y la definición de Kuczynski como doctor, ahondando más la brecha que los separaba pero que reconocía para su interrogador un espacio diferente.

Premunido de estos antecedentes se me presentó la oportunidad de ponerlos a prueba. Caminaba por la Plaza de Armas con el rector de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, Efraín Morote, cuando nos sorprendió que el único puesto de periódicos había desplegado, en su página central, la revista pornográfica “Zeta”, que por algún azar había llegado a Ayacucho. La imagen de senos y vello púbico era mirada con estupor por dos campesinos que, por su apariencia, podía deducirse provenían de la puna.

No dudé en urgir a don Efraín que les preguntase lo que veían. Así, se les acercó y los abordó en quechua: “¿Qué cosa están mirando?”. Sin decir una palabra los campesinos nos miraron asustados y retrocedieron. Morote insistió: “Díganme, ¿qué cosa están mirando?”. Los campesinos se fueron corriendo sin responder.

Allí me quedó claro que el camino hacia una nación en este país era un proceso largo y tormentoso.