¿Imaginando la nación?, por Carmen McEvoy
¿Imaginando la nación?, por Carmen McEvoy
Carmen McEvoy

“Yo soy como el que conduce una combi con 30 millones de peruanos”, dice el presidente sobre la república imaginada hace casi doscientos años por los discípulos de un chachapoyano ilustre: Toribio Rodríguez de Mendoza. Acostumbrada a las metáforas de Faustino Sánchez Carrión, pero también a las del mariscal Domingo Nieto, me entristece la diminuta visión de país que hoy prevalece. Una república con una historia rica y compleja ha quedado reducida a la imagen de una combi vieja en manos de un chofer, más atento a que los pasajeros no vuelen por los aires que a optar por andar caminos amables e inexplorados. Porque resulta muy probable que en este “proyecto nacional” que hoy se nos sugiere no falten la radio y el cobrador mal educado. Parte constitutiva de un escenario estridente donde no es posible conversar y mucho menos compartir un vocabulario –virtud, deber, mérito, amor al saber o felicidad– que nos permita imaginar una vida mejor.

El momento optimista y, por qué no decirlo, fundacional de la república, y aquí me refiero a la transición hacia la democracia encabezada por Valentín Paniagua, fue efímero. Luego de algunos meses en que soñamos con un Perú educado, honesto, meritocrático, sobrio y justo, la realidad nos devolvió a la frivolidad (el avión parrandero), a la corrupción endémica y a un estilo político populachero que infantiliza al tan convocado “pueblo”. En un escenario carente de ideas, de propuestas y de amor por la historia y las artes, no sorprende escuchar a un candidato a la Presidencia de la República y rector de una universidad declarar que él no lee. Porque salvo honrosas excepciones, no existe una visión de país con altura de miras y con respeto por lo que fuimos, somos y debemos ser. 

Esto no fue siempre así. No hay más que leer “Imaginar la nación: Viajes en busca del verdadero Perú”, de José Luis Rénique, para entender la importancia de una palabra dignificada por la intelectualidad peruana. Y es que pareciera ser que nuestra obsesión con el crecimiento económico y el lomo saltado nos ha hecho olvidar que los grandes pueblos se sostienen en sueños y estos siempre apuntan a la excelencia y la posteridad y no a la mediocridad y al presentismo extremo. 

La república peruana fue imaginada en su materialidad, representada en el escudo diseñado por el matemático José Gregorio Paredes, y en una serie de ideales que tenían como objetivo la forja de la ciudadanía. A lo largo del siglo XIX se pelearon importantes batallas por las libertades civiles, que culminaron en la abolición de la esclavitud y del tributo indígena. Personajes notables como Juan Bustamante, originario de Puno, lucharon por los derechos de los indígenas a quienes defendieron con la vida. El siglo XX es rico en aportes a las letras y a las ciencias. Peruanos de talla universal, como es el caso de Carlos García Bedoya, imaginaron una diplomacia moderna que fue la que finalmente nos condujo al triunfo en La Haya. El elemento común a todos estos esfuerzos fue una imagen respetuosa y entrañable del Perú. Sin ello no es posible establecer vínculos comunitarios para caminar juntos hacia una vida mejor. En un país con tantas divisiones y tensiones, como el nuestro, un proyecto con imaginación, cultura, historia y mucha habilidad política es una cuestión vital que muy poco tiene que ver con microbuses destartalados y choferes despistados.