El inicio de la era Trump, por Hugo Coya
El inicio de la era Trump, por Hugo Coya
Hugo Coya

Quizás usted se haya despertado como todos los días, tomado su desayuno, se encuentre en la playa y esté leyendo sin pausa estas líneas, como un sábado cualquiera. Si ha tenido la oportunidad de salir temprano, se habrá percatado de que las calles lucen iguales y que pudo realizar sus actividades de la misma forma que esperaba en este fin de semana veraniego. 

Los ensordecedores ruidos de las combis le habrán taladrado los oídos, si vive en Lima o alguna otra gran ciudad del Perú. La cotidianidad, muchas veces, es tan mezquina que nos permite ver aquello que tenemos apenas frente a nosotros.

Pero no se trata de un sábado cualquiera en el resto del mundo: hoy es el primer día en el gobierno de Donald Trump, el multimillonario excéntrico que tiene ahora las riendas de la Casa Blanca y que podrá, entre otras cruciales decisiones, trazar el rumbo de la economía mundial, decidir medidas sobre el cambio climático o, incluso, apretar el botón que puede dar inicio a la Tercera Guerra Mundial, es decir su vida, la mía y la de otros miles de millones de personas podrían estar ahora literalmente en sus manos. Escalofriante, ¿no? 

La era de Donald John Trump ha comenzado con vaticinios poco halagüeños en cuanto a los derechos humanos, el libre comercio, el multiculturalismo, la pluralidad, la globalización. ¿Exageración? ¿Alarmismo? Ni un poco.

El nuevo hombre más poderoso del mundo nunca escondió que fuese un megalómano, sexista, homofóbico, xenófobo, exhibicionista, características que le permitieron ganar las elecciones de noviembre pasado al atraer a los sectores de las zonas industriales o rurales de su país que consideran que el actual modelo los había convertido en personajes secundarios. 

Valiéndose de gestos incendiarios y amenazas nada veladas, Trump avanzó hasta llegar aquí en contra de todo aquel que lo cuestionaba, aunque todo ello apenas pareciera encaminarse a confirmar los peores temores acerca del rumbo que tomará su gobierno. Tan solo las penosas caricaturizaciones que le hacen consiguen sacudir su proverbial mechón naranja y sale a atacar a la prensa y a los artistas de Hollywood, entre otros sectores, que no le son afines.

No pocos dictadores de derecha y de izquierda en la historia calzan con la misma descripción. 

Fiel a su estilo y su ego, nombró nada menos que a sus dos hijos, Donald Trump Junior y Eric, en el comité de transferencia y a su yerno como su asesor principal dentro de un Gabinete cuyos integrantes tienen en común sus grandes conflictos de intereses. 

Raras veces, un nuevo presidente en Estados Unidos ha conseguido en tan poco tiempo dividir al mundo, despertando sentimientos como incertidumbre, temor, aprehensión, asociados a ese ritual de apenas treinta y cinco palabras que se cumplió este viernes en la escalinata del Capitolio de Washington y que le permite transformarse en el presidente número 45 del país norteamericano.

Tan solo horas antes, ese mismo cargo era ejercido por el primer ciudadano de raza negra en alcanzarlo y que se había destacado por sus dotes de orador, sus posturas suaves y moderadas que encandilaron a los progresistas y liberales, haciéndolo acreedor al Premio Nobel de la Paz.

Gracias a Barack Obama, el libre comercio alcanzó su estadio mayor mientras una economía estadounidense débil se robustecía hasta alcanzar el empleo pleno con una envidiable tasa de desempleo del 4,6% y un aumento considerable en los sueldos reales.

Pero es cierto que no todo ha sido un lecho de rosas para Obama en el campo económico. La revista “The Economist” apunta que durante su gobierno la desigualdad creció en Estados Unidos, a niveles nunca antes vistos entre los países más industrializados y la concentración en lo alto de la pirámide se elevó efervescentemente en base a su política de inyectar dinero público.

Las fortunas de los 400 estadounidenses más adinerados pasaron de 1,57 billones de dólares a 2,4 billones. Además, un estudio de las universidades Harvard y Princeton señala que el 95% de los empleos creados durante su gestión tuvo un carácter apenas temporal o de medio tiempo.

Su reforma sanitaria, conocida como Obamacare, pretendía dar cobertura universal a todos los estadounidenses. Consiguió que unos veinticinco millones de personas tuviesen de la noche a la mañana un seguro médico, pero, al dejar la fijación de los precios en manos de la industria de la salud, estos se dispararon y muchos acabaron pagando el doble y hasta el triple por los servicios que ya recibían.

Más allá de las interioridades de la política estadounidense, lo cierto es que con la llegada de Trump al poder, el libre comercio y la globalización sufrirán un gran retroceso y los peruanos y latinoamericanos no seremos ajenos a estos designios. El dólar se fortalecerá y con ello muchos productos importados subirán de precio, habrá una revisión general de los tratados de libre comercio, los regímenes de Cuba y Venezuela tendrán un trato más duro, será más difícil exportar nuestros productos, se incrementarán las deportaciones de migrantes ilegales e incluso la posibilidad de entrar a Estados Unidos sin visa para una estadía de corta duración tendrá que esperar mucho más.

Hay quienes creen que Trump no podrá sostener todas sus promesas de campaña y deberá echarse para atrás en muchas de ellas debido al peso de la realidad. Sin embargo, quienes lo conocen aseguran que no es el tipo de hombre que retrocede pues él mismo considera que su tozudez es una de sus mayores virtudes.

Resulta difícil saber cuánto cambiará Estados Unidos con la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, pero sí podemos estar seguros de que nada volverá a ser como antes, para bien o para mal. Así que disfrute su sábado. El mundo puede haber comenzado a cambiar, aunque, por el momento, todo luzca igual.