Jara, Nadine y el Congreso, por Juan Paredes Castro
Jara, Nadine y el Congreso, por Juan Paredes Castro
Redacción EC

El camino más duro que tiene la primera ministra en pos del voto de confianza del Congreso es el que aún no ha recorrido.

Se trata de aquel que consiste en despejar algunas actitudes autoritarias que provienen del interior del gobierno  y que son fuente de recelo y desconfianza no solo en la oposición y ahora último en el núcleo duro del , sino en el espectro social y político general del país.

Nunca antes había tenido en la a una persona con tanta apertura al diálogo y claridad en sus argumentaciones que Ana Jara, pero al mismo tiempo con el mismo problema de todos sus antecesores: el de tener que marchar en medio de la soledad política.

Ya pasó por del Legislativo. Tuvo que enfrentar sus propias resistencias, pero sobretodo los pesados . No pudo entonces estar más presente en la agenda política la fuerte injerencia de la primera dama, , en las decisiones del gobierno y en aquellas otras relacionadas con la súbita remoción del gabinete.

Jara tiene que entender que su designación como primera ministra siguió a dos acontecimientos embarazosos: el brusco alejamiento de Cornejo, a raíz del escándalo de un asesor suyo, envuelto en un presunta conspiración contra un congresista, y , como resultado de la en la presidencia del Congreso.

De ahí que las idas y vueltas de Jara entre las bancadas parlamentarias, en busca de los votos que respalden su gabinete, arrastran el síndrome de la desconfianza política, no en su persona, porque sin duda despierta simpatías, sino en lo que ella pueda hacer como primera ministra no precisamente subordinada a la primera dama.

Pudiendo Jara salvar este nivel de desconfianza pública con un mayor énfasis de desempeño firme y autónomo en sus funciones, la pérdida de mayoría del oficialismo en el Congreso constituye su mayor obstáculo. Esto la aleja de la holgura de votos de otros tiempos y la enfrenta a la estrechez de buscarlos hasta por debajo de cada mesa partidaria.

De cara pues a las alas duras del Partido Nacionalista y del ceño fruncido de un buen número de legisladores sensibilizados por los impredecibles vientos palaciegos, la primera ministra solo puede convencer exhibiendo la promesa de una sustancial rebaja del temperamento autoritario presidencial, que justamente dejó en buen pie a quienes pasaron por la PCM.

Lo que en buena cuenta le pide el Congreso a la primera ministra es el mejor uso de su cargo en términos legales, constitucionales y funcionales. Eso le aseguraría ser una interlocutora válida, sin intermediación cuestionable alguna y con los votos parlamentarios y la aceptación pública que se merece.