"José Domingo Pérez intentaba ensalzar al gobierno de Fujimori y reconoció que el ex presidente “acabó con la guerrilla o la guerra civil” de Sendero Luminoso y el MRTA". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"José Domingo Pérez intentaba ensalzar al gobierno de Fujimori y reconoció que el ex presidente “acabó con la guerrilla o la guerra civil” de Sendero Luminoso y el MRTA". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Santiago Roncagliolo

Nunca un elogio había sido tan ofensivo. El fiscal intentaba ensalzar al gobierno de Fujimori y reconoció que el ex presidente “acabó con la guerrilla o la guerra civil” de y el. El pobre intentaba ser amable.

En respuesta, una rabiosa Comisión de Defensa del Congreso citó a Pérez para disculparse por aplicar las palabras ‘guerrilla’ y ‘guerra civil’ a tales grupos, a los que se considera obligatorio llamar “terroristas” o “asesinos” en todos los foros y todos los tiempos. La citación fue propuesta por el presidente de la comisión, Jorge del Castillo, y aprobada por fujimoristas de pedigrí como Marco Miyashiro, Luz Salgado y Carlos Tubino. Al fiscal más le habría valido insultar a Fujimori y negarle méritos. Eso suele hacerse sin problemas.

La verdad, el debate semántico es absurdo. Llamar a un grupo “guerrilla” no es una alabanza. La guerrilla no es una condición moral, sino la táctica bélica de ataque indirecto, mediante atentados y hostigamiento. Puedes ser un guerrillero y también un asesino y un terrorista, si matas civiles inocentes o empleas el terror como arma política, como efectivamente hizo Sendero Luminoso.

En cuanto a la “guerra”, para el Diccionario de la Real Academia de la Lengua significa la “lucha armada entre dos o más bandos”. “Guerra civil” es la “que tienen entre sí los habitantes de un mismo pueblo o nación”. Puedes pelear una guerra y ser un miserable. De hecho, resulta bastante habitual. La palabra alude a la magnitud del enfrentamiento entre bandos organizados, no a su legitimidad.

Llamamos así, por ejemplo, al combate de seis días entre Israel y la coalición de países árabes de 1967. Muchos árabes discuten la legitimidad, incluso la existencia del Estado de Israel. Aun así, el caso es que se registraron unas 23.000 bajas.

En comparación, durante los años ochenta, el Estado Peruano perdió el control de casi un tercio del territorio nacional. Y la cosa duró al menos doce años. Suena como una guerra.

¿Por qué tanto lío entonces? El debate se origina en los años noventa, cuando el gobierno de Fujimori acuñó la frase ‘delincuentes terroristas’ para negar cualquier connotación de idealismo a los subversivos. Era una estrategia de comunicación eficaz. Y no resultaba obvia. Muy poco antes, en 1988, Alan García había alabado la “mística” de los senderistas y manifestado su “respeto” y “personal admiración” por sus “militantes”. Solo por eso, ya podría Del Castillo citar a Alan a la Comisión de Defensa.

Pero visto desde el 2018, si lo que ocurrió fue un episodio delincuencial, el Perú hizo un papelón. ¿De verdad hicieron falta más de una década, decenas de miles de víctimas, tres presidentes y un golpe de Estado para acabar con una banda tipo los Wachiturros? No quiero creer que el Estado, incluido el teniente general PNP Miyashiro, hoy miembro de la Comisión de Defensa, fuese tan incapaz y papanatas.

Al contrario: el desafío que planteó Sendero obligó al Estado en pleno a replantear sus métodos contrasubversivos y su relación con la población, una tarea que requirió el sacrificio de miles de sus miembros, militares y civiles. El terremoto político alcanzó tal calado que la mayoría de partidos tampoco sobrevivieron. Aún hoy seguimos discutiendo las penas y los adjetivos que merecen los implicados. Llamar a eso “guerra” no es un favor a terroristas. Es honrar el mérito de quienes lucharon y vencieron desde las instituciones, a menudo dando su vida por este país, aunque a veces, ellos mismos no lo entiendan.