"Hoy sabemos que Vizcarra nunca tuvo ficha ni registro de voluntario y que pidió que lo vacunaran en Palacio de Gobierno". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Hoy sabemos que Vizcarra nunca tuvo ficha ni registro de voluntario y que pidió que lo vacunaran en Palacio de Gobierno". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia del Río

Poner el hombro. Ponerlo cuando nadie sabe si el ensayo al que se somete tendrá buenos resultados, afectará su salud o simplemente no servirá para nada. Doce mil peruanos se presentaron libremente a los ensayos de en Perú, vacuna que se desarrolla en China. Doce mil peruanos, de todas las edades y condiciones, pusieron su cuerpo al servicio de la ciencia para determinar si ese medicamento, aún en desarrollo, era apto para protegernos del coronavirus. Doce mil peruanos fueron inscritos, tuvieron que asistir varias veces a ser revisados e inoculados, detallaron su estado de salud, y pacientemente, respondieron a cada requerimiento de los investigadores.

En un país, donde el 35% no quiere saber nada con las vacunas, presentarse a los ensayos de Sinopharm o de cualquier otro laboratorio, es un acto de solidaridad, de desprendimiento y de profunda valentía.

Hoy, sabemos por pruebas claras y fehacientes que el expresidente no fue uno de ellos. De acuerdo con las declaraciones del infectólogo Fernando Mejía, publicadas ayer en este Diario, hay una diferencia fundamental entre formar parte de un ensayo y recibir una vacuna de cortesía. Cuando se inicia un proyecto de investigación, las vacunas que van a ser testeadas vienen mezcladas con los placebos, y esta información es tan confidencial que ninguno de los médicos o personal que trabaja en el estudio sabe qué le están poniendo al paciente. Como ha explicado el doctor Elmer Huerta, quien también fue voluntario para la vacuna Moderna, esto se hace para evitar sesgos en el recojo de datos. Si médicos y enfermeras supieran que el paciente A tiene placebo y el B vacuna, su seguimiento e interpretación de los datos podría perder objetividad. Un voluntario entonces también va a ciegas. No sabrá hasta el final si fue inoculado, si la vacuna sirve o si le pusieron un placebo que no lo protege de nada.

Explica el doctor Mejía, médico de la que dirige el ensayo, que junto con el lote que les ponen a los voluntarios, el laboratorio manda un número de vacunas (sí, vacunas, reales, testeadas, seguras) para proteger a los médicos y enfermeras que se están exponiendo para la investigación. Dentro de este lote, los responsables están autorizados por el laboratorio a colocarle esta dosis, por cortesía, a autoridades del país que lo soliciten. De hecho así se hizo en China y en Emiratos Árabes.

Hoy sabemos que Vizcarra nunca tuvo ficha ni registro de voluntario y que pidió que lo vacunaran en Palacio de Gobierno. Se atrevió a inmunizarse en silencio, a escondidas, sabiendo que lo que él se ponía no era ningún placebo. No contento con protagonizar esta mezquindad, ha arrastrado en su mentira a personas probas de su gabinete como la señora, que aparentemente no tenía idea de este hecho vergonzante, y al doctor Germán Málaga, uno de los profesionales más rectos y solidarios de nuestro país, que estaba actuando de acuerdo con el protocolo que le permite el laboratorio y ante el pedido abusivo del primer mandatario de la Nación.

Martín Vizcarra fue el primer peruano que recibió la vacuna, y por si fuera poco, coló a su esposa en su acto clandestino. Martín Vizcarra hizo uso de un privilegio amparado en su cargo de presidente de la República, y para zafarse de la deshonra, se ha atrevido a esconderse tras los valientes voluntarios.

A los que todavía creen que Vizcarra fue un héroe de la ciencia, háganle un favor a los que realmente han puesto el hombro guiados por la generosidad y la solidaridad: no los mezclen con la cobardía, el aprovechamiento y la mentira. No se lo merecen.