Si aún no ha tenido la oportunidad, estimado lector, de leer la entrevista completa a Manuel Merino en el diario “Expreso”, hágalo. Es una radiografía nítida de un personaje que no debió y nunca estuvo listo para asumir el poder. Pero, más aún, es una buena fotografía de un clivaje cada vez más marcado que contamina nuestra clase política y erosiona el debate de la agenda pública: la confusión de la ficción con la realidad.
Me explico. La diversidad es siempre una cualidad valiosa en las organizaciones y las sociedades. De ella emergen la tesis y la antítesis que llevan a las síntesis conceptuales que nos permiten avanzar. Sin embargo, es indispensable que la diversidad, en el caso de la política, de opiniones, esté basada en evidencia, pues sin ella, el diálogo productivo es imposible.
Aunque es inevitable que el discurso político esté marcado por una buena cuota de ‘floro’, cuando este se aleja totalmente de la realidad, deja de ser propositivo y se convierte en un contenido absolutamente polarizante, pues no hay posibilidad de consensuar con lo irreal.
El arquetipo de este extremo de la política fue el fujimorismo en el Congreso pasado, obsesionado con un supuesto robo electoral que nadie pudo probar y con un buen grupo de correligionarios que estaban convencidos de la existencia de un complot global que incluía a Soros, Nadine Heredia y el comunismo.
Luego de su entrevista en “Expreso”, Manuel Merino parece haber decidido unirse a este grupo espúreo de personajes que viven en el extremo derecho del espectro político y en Willax. Como botón de muestra me remito a su frase respecto, nada menos, que al fallecimiento del congresista Moíses Mamani, sobre quién desliza una sospecha de asesinato orquestado por Martín Vizcarra. “Creo que incluso causa muchas dudas la muerte de [Moisés Mamani] porque no le hicieron autopsia y no se sabe si murió con COVID-19, una cosa rara”, afirma Merino a la periodista del diario.
Sin embargo, lo más grave de sus declaraciones es la absoluta negación de los hechos ocurridos en las marchas en su contra. Merino se empeña en denunciar un supuesto financiamiento de las manifestaciones por parte de fuentes cercanas a Vizcarra, a pesar de que cualquier persona con una cuenta de Instagram, TikTok o Facebook y con nociones mínimas del funcionamiento de WhatsApp, entiende que la espontaneidad y velocidad de las convocatorias son inherentes a la naturaleza de estas redes sociales. También niega los abusos policiales y endilga las muertes y los heridos a supuestos infiltrados que habrían atacado a la población. Sin embargo, nuevamente en la era de las redes sociales, hay numerosos registros audiovisuales de los efectivos de la PNP arrestando a ciudadanos sin motivo, disparando bombas lacrimógenas a manifestantes pacíficos o, en el peor de los casos, utilizando perdigones contra jóvenes, periodistas y brigadistas.
Estas declaraciones podrían quedar en lo anecdótico, de no ser porque Merino y su círculo cercano continúan formando parte de la élite política de turno y participan en las decisiones que atañen a todos los peruanos. Mientras el poder esté de espaldas a la verdad y la evidencia, la polarización del país continuará haciéndose cada vez más profunda.
Lo que es peor, la relación entre nuestros representantes y el pueblo seguirá pareciéndose cada vez más a un divorcio lleno de resentimientos y culpas que a un sistema democrático saludable con capacidad para articular las demandas ciudadanas y llevar a cabo una agenda política que apunte al desarrollo.
¿Podrá la promoción de candidatos a las elecciones del 2021 revertir esta situación? Es muy poco probable, pero esperemos que, aunque sea por pragmatismo, viren hacia una estrategia de diálogo sincero con la población.