En “Borgen”, serie sobre los avatares de la primera ministra Danesa Birgitte Nyborg, las negociaciones políticas se cierran con un apretón de manos. Tras ello ya no hay marcha atrás, se acaban los cálculos y complots. Que los apretones de mano sean respetados debe parecer ciencia ficción para los espectadores peruanos, que ven a sus líderes darse la mano y acuchillarse casi en simultaneo.
Cuando se habla de reformas institucionales se suelen discutir las reglas escritas que se deberían cambiar para tener una mejor política. Pero hay otras instituciones tan o más importantes para que la política funcione: esas reglas informales, como el valor de darse la mano. Sin esas reglas no escritas que regulan a los actores la ley más perfecta, el artículo constitucional más preciso, siempre podrá acriollarse o usarse como arma arrojadiza.
Sin acuerdos básicos, como “mide al otro como quieres ser medido” o “los pactos se respetan”, la política se convierte en un juego de traiciones y sabotajes. No se trata de edulcorar la política, invocando a un falso consenso que esconda o satanice los conflictos. La política está llena de diferencias fundamentales: la naturaleza de la propiedad, el ejercicio de la libertad, la relación entre ley y moral. Pero por ello mismo, si no se respetan ciertas reglas de confianza, o el conflicto se sale de control o se rompe toda predictibilidad.
Nuestro quinquenio del terror nos enseña sobre el costo de romper esas reglas. El Perú no era virtuoso en contar con buenas reglas democráticas informales; al revés, la conducta estratégica de los actores ha sido apabullante. Pero había algunas reglas que funcionaban y limitaban el acuchillamiento. En estos años hasta esas se han debilitado.
El fujimorismo, por la piconería de perder la elección y el interés en detener las investigaciones en su contra, quebró una serie de reglas informales. La más grave, por ser la primera, fue la censura al ministro Jaime Saavedra por una supuesta falta en una adquisición de su ministerio sobre la que no tenía mayor control. Si se aplicara ese criterio, censuraríamos a todo ministro en la historia del Perú.
Estos años se han usado las armas nucleares de la vacancia y la disolución del Congreso en base a criterios laxos; se ha abusado de la censura y no hay claridad sobre cuándo se plantea la cuestión de confianza. Además, se utilizan leyes para pretender hacer gasto público desde el Congreso. Pueden acotarse estos usos, pero con la mala leche y el oportunismo no hay regla que aguante. Entramos al próximo quinquenio con estos precedentes.
Para colmo, Vizcarra cometió el grave error de promover que no haya reelección congresal. Estamos viendo en este Congreso el efecto de la combinación letal de partidos débiles y políticos sin horizontes de mediano plazo. Vean sino lo que son los pedidos de los congresistas en el presupuesto: una inflación de solicitudes sin control.
No se trata de idealizar estas reglas informales. También pueden ser muy negativas. Una regla informal rota en el 2011 fue la decisión del gobierno de Ollanta Humala de investigar a su predecesor. Ese quiebre explica muchos de los conflictos de estos años, se vio por García como una afrenta personal. Proteger al antecesor es una mala regla informal que debe desterrarse. Hay muchas otras reglas informales negativas de este tipo sobre las que se sostienen la corrupción, el clientelismo y el abuso de privilegios.
Pero esas otras reglas no escritas que hacen a la política un campo de rivalidad predecible son clave para evitar que nos sigamos degradando. Quien gane el 2021 necesitará recuperarlas para gobernar. Una oportunidad interesante es que los candidatos que no se plegaron a la vacancia se percaten que, dentro de sus diferencias, requieren ciertos límites de respeto mutuo. Los rodearán muchos enemigos. Que se saquen los ojos en campaña, pero que sean conscientes de que si al final de la batalla todo sigue igual, perderemos todos.