(Foto: Pixabay)
(Foto: Pixabay)
Daniela Meneses

Estas semanas se ha venido discutiendo el resultado de la investigación más grande realizada hasta ahora sobre genética y comportamiento sexual. Un tema que nos puede sonar nuevo, pero del que quizás hayamos escuchado hablar más veces de las que creemos. ¿Cuántos de ustedes, por ejemplo, conocen la canción de Lady Gaga que da título a esta columna, y que en castellano vendría a traducirse como “Así nací”? Al escuchar la canción, que iza la bandera de los derechos LGBTQI, es inevitable pensar en el nexo entre la sexualidad y la genética: “Soy bella a mi manera, porque Dios no comete errores. Estoy en el camino correcto, así nací”.

El profesor de Harvard Michael Bronski, citado en un artículo de “Harvard Magazine”, ha explicado que el atractivo de que existiera un gen gay creció a partir de los movimientos proderechos LGBTQI de los 70. Así, mientras quienes se oponían a los movimientos sostenían que la homosexualidad era una opción, algo que se escogía o hacia lo que uno era “seducido”, el contraargumento era que no, que así se nacía. En la misma línea, en un artículo de “The Atlantic”, la profesora de Northeastern University Suzanna Danuta Walters habla de cómo se fue asentando la idea de que la retórica proderechos LGBTQI se relaciona a la negación de la elección; mientras que la retórica antigay a la afirmación de la elección.

La fuerza del ‘así nací’ es indudable. Como dice también Walters, “es realmente reconfortante para los gays –particularmente [para] aquellos que han navegado las aguas del odio– llegar a tierra en las supuestamente sólidas costas de la biología”. Además, este discurso se erige como un arma de defensa frente un mundo homofóbico. El problema, por supuesto, es que no es cierto que ver complejidad más allá del ‘así nací’ te hace automáticamente homofóbico. De hecho, incluso dentro de la comunidad LGBTQI existe la preocupación de que en el futuro esta idea sea usada por los opositores para, por ejemplo, intentar usar métodos de selección embrionaria.

Es en este terreno complejo en el que se enmarca el estudio que mencionaba al inicio. La investigación revisó los datos genéticos de casi 500 mil personas, que fueron divididas de acuerdo a la respuesta que daban ante la pregunta de si habían tenido alguna vez relaciones sexuales con personas del mismo sexo. Los investigadores encontraron, como resume un artículo del “New York Times”, “que la genética sí es un factor, responsable quizá de un tercio de la influencia respecto a si alguien tiene sexo homosexual. Dicha influencia no proviene de un solo gen, sino de muchos, cada uno con un pequeño efecto –el resto de la explicación incluye factores sociales o medioambientales–, por lo que resulta imposible predecir la orientación sexual de una persona mediante sus genes”. Conscientes del terreno en el que se mueven, los autores han sido claros en alertar de que, así como no es posible predecir el comportamiento sexual a partir de la genética, los resultados de la investigación no pueden usarse para concluir que la sexualidad es una opción. Además, uno de los investigadores ha dicho claramente que espera “que la ciencia pueda usarse para educar a la gente un poco más acerca de lo natural y normal que es el comportamiento homosexual”.

Sin duda, es un alivio ver la preocupación que han mostrado los investigadores por que la información no sea malinterpretada. Pero no puedo evitar pensar en qué pasaría si existiera una investigación que nos diga que la genética no juega ningún papel, y que no es para nada responsable de que alguien sea homosexual. ¿Importaría realmente? Es decir, ¿tiene sentido siquiera conectar el valor moral de nuestras acciones a la genética? Para mí, la respuesta es clara: la pregunta por la relación entre comportamientos homosexuales y genética puede ser interesante, pero es moralmente irrelevante. La decisión por las parejas sexuales es personal y neutra. En ese sentido, no necesitamos encontrar ninguna explicación –léase, justificación– en la genética ni en ninguna otra parte.

Más aun: no creo que una explicación genética pueda ser leída automáticamente como una justificación moral. Nuestra moral debería basarse en el examen de nuestros comportamientos y de su posible impacto en el bienestar propio y ajeno, no en un análisis de sangre.