(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Gonzalo Portocarrero

El libro “Papeles fantasma” de Luis Jochamowitz comprende una colección de historias que resulta muy difícil de clasificar. Aunque aparentan ser crónicas de personajes y de hechos reales; en realidad, tienen un propósito escondido y trascendente. Se trata de descubrir –o, mejor dicho, de constatar– que el absurdo es el fundamento invisible de lo cotidiano.

En uno de esos relatos, “La colección Padilla”, Jochamowitz narra, por ejemplo, cómo se puede construir un sentido de vida al convertirse en el albacea y editor de una colección disparatada de más de 40 tomos en los que se pretende reunir todo lo que pensó el general Justo Padilla, muerto prematuramente (“una pérdida inconmensurable […] llorada por el pueblo como la de un padre. Su nombre quedó bajo la administración de una serie de capitostes que se pelearon entre ellos hasta caer en la irrelevancia y la vacancia política”). Tras la muerte de Padilla, Asdrúbal González Tito, su fiel secretario personal, “el hombre que había visto pasar la historia desde la espalda del gran hombre”, se queda, a los 42 años, sin nada definido que hacer que no sea prolongar el recuerdo de Padilla a través de la formación de una sociedad que reúne a sus seguidores disponibles, a aquellos que buscan entretenerse en congregaciones que fingen realizar objetivos que, en verdad, no los comprometen.

Entonces la publicación paulatina de los 40 volúmenes de la colección se convierte en un fin en sí mismo pues nadie tiene idea de lo que pensaba Padilla y, en realidad, a nadie le interesa. De modo que el culto al difunto es sobre todo un pretexto para sostener una socialidad fomentada y financiada por el secretario que necesita enfrentar la intrascendencia de su larga vida a través de la creación de un sentido, que es justamente ese culto al general Padilla. Pasan los años y el secretario muere, y con el tiempo fallecen también todos los miembros iniciales de la sociedad. La publicación entonces se detiene y los libros que no tienen quién los lea, se convierten en objetos decorativos que dan un marco ilustrado a algunos hogares pretenciosos o, arrumados en pilas, pasan a ser mesitas improvisadas para una lámpara o algunos adornos. Con los años, el local de la sociedad de Padilla es invadido por gente que no sabe quién fue Padilla. Allí vive y prospera una familia que se deshace del patrimonio de la sociedad arrinconándolo en el techo de la casa. Muchos años después, cuando el anciano padre reivindica la propiedad de la casa que está a punto de ser expropiada, recibe una cantidad de dinero que le permite pagar a las máquinas para que demuelan la vivienda donde quedan enterrados los ya maltrechos volúmenes de la colección. Finalmente no hay recuerdo de Padilla, la memoria es perecedera, más en su caso pues no queda nada significativo en su legado.

Y esta historia es solo una de las once escritas por Luis Jochamowitz. Todas ellas excelentes, no solo por su prosa tan precisa y bien elaborada, sino, sobre todo, por la filosofía de vida que contienen y que me parece francamente liberadora. Las crónicas de “Papeles fantasma” no pretenden moralizar sino demostrar el trasfondo del absurdo que rodea la vida cotidiana. Sospecho que la razón es hacernos más libres de los convencionalismos que han perdido todo sentido y capacidad de entusiasmar, pero que siguen guiando a mucha gente que no busca nada mejor.

El caso de Luis Jochamowitz certifica el aserto de Lezama Lima en el sentido de que la valía de un autor se mide por el número de influencias que es capaz de transformar. A cargo de profundizar el análisis, me gustaría resaltar la influencia de Ricardo Palma y de Julio Ramón Ribeyro en la obra. A diferencia de Palma, quien nos invita a sentirnos comprometidos con una tradición, Jochamowitz quiere liberarnos de lo que nos pesa sin razón. En cuanto a Ribeyro, deja sentir su huella en el mundo criollo, que es el marco en el que se desarrollan las historias de Jochamowitz. También es importante señalar la deuda de Luis Jochamowitz con Borges, pues eso que puede llamarse ‘realismo fantástico’ está presente en todas sus narrativas. Y finalizo apuntando otra deuda: la que sostiene con Gabriel García Márquez, al internarse en el campo de lo maravilloso, de aquello que no podría ser pero que está allí, delante nuestro, plenamente creíble.