La Lima de hoy enfrenta el reto de ser sostenible para encarar el futuro. [Foto: Alessandro Currarino]
La Lima de hoy enfrenta el reto de ser sostenible para encarar el futuro. [Foto: Alessandro Currarino]
Richard Webb

En su aspecto físico, no se parecen. Pero si lo pensamos, es evidente que la función de una ciudad es la misma que la de un celular: conectarnos. Desde hace varios milenios, la cohabitación ciudadana fue desarrollada como un potente instrumento para multiplicar el control social, la productividad económica y la expresión cultural. Con el invento de la ciudad, la raza humana pasó de la vida tribal, ambulatoria y de mera sobrevivencia, a la civilización.

¿Cuál fue el aporte de Lima al Perú? Para la opinión general, la respuesta es negativa y frustrada. Durante cuatro siglos de existencia, desde su fundación hasta finales del siglo XIX, Lima tuvo una vida pasiva en lo económico y en lo cultural, viviendo de la economía del resto del país más que de su propia productividad. Además, su vida ensimismada dejó poco espacio para la creatividad cultural, como podría haber sido un mestizaje entre las dos fuertes tradiciones, hispana y nativa, como sí ocurrió en, por ejemplo, México. Incluso en cuanto a su función principal –el control político–, el resultado fue una bancarrota cuando España perdió su colonia, un fracaso estatal que fue prolongado durante la mayor parte de ese siglo por guerras civiles y el conflicto bélico con Chile. Ese papel triste de Lima parecía reflejarse en las observaciones de viajeros que visitaron al Perú durante los años finales de decadencia de la colonia, cuando esta había agotado gran parte de sus riquezas. El novelista Herman Melville, creador de “Moby Dick”, describió a Lima como la “más extraña y triste ciudad que usted pueda ver”.

Con semejante currículo, el papel de Lima en el siglo XX resulta ser una sorpresa. Así, durante los años finales del siglo XIX, cual capullo que finalmente se abre, emerge una Lima radicalmente diferente, una ciudad que empieza a cumplir su misión conectiva. La reactivación se da en la economía general del país pero, a diferencia de períodos anteriores de crecimiento nacional, el nuevo auge incluye un fuerte crecimiento de la misma economía limeña. Este proceso ha sido resumido por Víctor Velásquez en su libro “Lima a fines del siglo XIX”. Ya en años recientes habían llegado la navegación a vapor, los ferrocarriles y el telégrafo, explica, pero en los últimos años del siglo XIX se vuelve intensa la transformación urbana, en especial con la llegada de la electricidad y del servicio telefónico. En este período, Lima es propulsada además por las iniciativas de negocios de un gran número de inmigrantes, de Europa y Japón, además de chinos que quedan liberados de los contratos laborales con los que habían sido motivados para llegar al Perú. En esos años de cierre de siglo surgen bancos, fábricas y sociedades científicas en Lima, que despiertan y educan un nuevo interés en el resto del Perú.

Las semillas de esa nueva vocación limeña, más empresarial y de mirada nacional, ahora acompañan el desarrollo de otras regiones, especialmente la minería y la agricultura de exportación. Más aun, la economía limeña, basada en una diversa combinación de manufacturas, transporte, servicios, construcción y comercio, termina volviéndose el motor principal de la economía peruana, creciendo más rápidamente que las actividades extractivas. El dinamismo productivo de Lima ha sido tan grande que su propia producción ha pasado de ser apenas el 10% del PBI del país (siglo XIX), a constituir el 60% en la actualidad, además de haber incorporado a un tercio de la población del país.

El secreto del dinamismo limeño radica en la mayor productividad que produce la conexión. Podríamos decir el “efecto celular” que, antes del celular, se lograba simplemente con la proximidad física en el área urbana. Evidentemente, el secreto no es una patente peruana. La concentración urbana es ahora el camino para todos los países, especialmente para los menos desarrollados. China sigue hoy una estrategia de “urbanización inteligente”, creando conjuntos de ciudades grandes –cada una más grande que Lima– que se interrelacionan entre sí y coordinan infraestructura, especialización y normatividad. En la India hay más de una ciudad cuyo PBI es más grande que la del todo el Perú. La cercanía y la interrelación, aprovechando las lógicas de los “corredores”, de las cadenas de valor, de la rápida difusión de tecnologías, y sobre todo de la simple cercanía, se han vuelto ‘el secreto’ del desarrollo. Como es obvio, el invento reciente del celular llega para sumarse y quizás aumentar sustancialmente la ventaja urbana de la proximidad física.

Se deduce que un criterio central para la gestión de una ciudad tiene que ser la fluidez del movimiento e interconexión interna. Desde esa perspectiva, es preocupante la creciente congestión urbana de Lima, tendencia que amenaza el dinamismo que la ciudad ha mostrado durante más de un siglo y que ha contribuido sustancialmente no solo al desarrollo productivo del país, sino también a la democratización que es efecto de la convivencia. Un dato reciente abona a esa preocupación: la mayor productividad laboral de Lima. Esa productividad, medida por el ingreso promedio por trabajo de las familias, ha sido sustancialmente mayor en Lima que en las áreas rurales. En el 2004, la diferencia productiva era de 3.5 a 1.0. En el 2018, esa diferencia es solo de 2.7 a 1.0. Viene cayendo la ventaja productiva de los limeños. Todo indica la necesidad de una mayor celeridad para mantener la fluidez del tránsito y de la comunicación en general en la ciudad; o sea, del arma secreta de la productividad de Lima.