Lanzamiento de la Soyuz MS-10 desde el cosmódromo de Baikonur (Kazajistán). (Foto: EFE)
Lanzamiento de la Soyuz MS-10 desde el cosmódromo de Baikonur (Kazajistán). (Foto: EFE)
Luciana Olivares

Claudia, Doménica, William y Tony son cuatro jóvenes peruanos que llevan más de dos meses viviendo en la . Aunque no son astronautas, vinieron con un claro objetivo: llegar a la luna. Pero no la que nos ilumina desde el espacio, sino la que hace que sus ojos brillen cuando te cuentan con un convencimiento absoluto que sus proyectos pueden hacer del mundo un lugar mejor.

A eso le llaman “moonshot”, un término que implica volver una idea diez veces más grande para así generar un impacto exponencial. El concepto es parte de la metodología de Singularity, una universidad que funciona en las instalaciones de la NASA y que se ha convertido en uno de los espacios más retadores, inspiradores y transformadores del mundo. ¿Por qué tanto las empresas más grandes e importantes del mundo como las start-ups más innovadoras sueñan con participar en Singularity? Probablemente por lo ambicioso de su propósito: empoderar a líderes en el uso de tecnologías exponenciales para resolver los más importantes desafíos que tenemos en el mundo.

De hecho, para poder asistir a la universidad es más importante que respondas qué problema global te preocupa resolver, a qué nueva tecnología quisieras aprender. El fin –es decir, la causa o el propósito– justifica los medios y no al revés, como algunas empresas que viven obsesionadas con tener el último gadget solo para la foto.

El viaje de estos cuatro emprendedores comenzó en julio del 2018 cuando ganaron en nuestro país el Global Impact Competition, una beca para participar en un programa de aceleración y mentoría en el que intervienen 37 start-ups ganadoras de 18 países, y que culmina con una demostración de sus proyectos ante posibles inversionistas. William Trujillo no quiere contribuir con un granito de arena en la lucha contra la desnutrición y la contaminación del medio ambiente. Eso sería un cliché para este innovador y comprometido joven ancashino que quiere contribuir con un grano de la tierra: el tarwi, alimento que posee casi el triple de proteínas que la famosa quinua y que ya vende en algunos restaurantes como el reconocido Central. Pero como William sabe que para cambiar al mundo se puede comenzar por cambiar al Perú, está desarrollando un poderoso y a la vez orgánico pesticida con los desechos de los alcaloides del tarwi ayudado por la tecnología.

Por su lado, Claudia Márquez y Doménica Obando quieren lograr que talentos de todo el mundo prosperen al tener un mejor dominio del idioma a través de su plataforma Andy, un amigable coach de idiomas que ha sido desarrollado con machine learning e inteligencia artificial. Y finalmente, Tony Cueva, inspirado en su propio problema de sudoración excesiva y pensando en contribuir con la salud de tantas personas que ven afectadas hasta su autoestima y seguridad, ha creado, con la ayuda de robotics y biotech, la primera generación de antiperspirantes que no usan químicos sino estímulos eléctricos y eliminan la sudoración hasta por dos semanas después de recibir el tratamiento.

De las 37 start-ups, solo 20 pasaban al esperado Demo Day que convoca a todos los ojos curiosos y hambrientos del famoso Silicon Valley, y nuestros cuatro peruanos fueron seleccionados. ¿Orgullo? Sin duda, y por supuesto, emoción por ver al Perú en la meca de la innovación y tecnología. Sin embargo, creo que lo más importante de esta historia es recordar como peruanos que para llegar a la luna no solo hay que soñar con ella, o mirarla a lo lejos mientras nos sentimos chiquititos. Hoy no hay nada inalcanzable; solo hay que hacer, y mucho. Plantea tu objetivo y tu propósito, aquel que sea tan grande y poderoso que te ilumine hasta en tus días más duros y oscuros, que seguro vendrán. Piensa en tu luna, en ese “moonshot” que deberá ser diez veces más grande que lo que vienes haciendo, porque te obligará a pensar en algo radicalmente nuevo, o mejor dicho, de otro planeta.