"'Sabemos poco y siempre hay sorpresas'. La frase anterior podría resumir nuestra historia electoral de las últimas décadas". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"'Sabemos poco y siempre hay sorpresas'. La frase anterior podría resumir nuestra historia electoral de las últimas décadas". (Ilustración: Giovanni Tazza)

En este mes de enero, con la decisión del Tribunal Constitucional sobre la contienda de competencia por la disolución del Congreso y con la elección de uno nuevo, se cierra el ciclo político (largo y destructivo), que se inició en junio del 2016 cuando PPK derrotó por un ajustado margen a Keiko Fujimori.

Algunos creyeron ver en ese resultado una gran oportunidad para que se consoliden políticas promercado e inversión que habían permitido un crecimiento tan importante y una disminución tan significativa de la pobreza. Presagiaban un exitoso gobierno de PPK, al que le sucedería el de Keiko, quien, con una agenda legislativa constructiva, se legitimaría como la opción obvia al 2021. Nunca se habló, pero creo que al interior del gobierno había los que al comienzo pensaban que aquello podía suceder.

Ello ayuda a entender por qué cuando Keiko decidió no felicitar al ganador e instruyó a su bancada a no aplaudir el discurso inaugural, ni siquiera por educación, nos demoráramos en comprender el mensaje. Así, por varios meses fuimos un gobierno desconcertado por la virulencia de los ataques. Más allá de tratar de hacer lo nuestro lo mejor posible evitando provocaciones, no sabíamos cómo contener (¿se podía?) un huaico de esa naturaleza.

La avalancha no hizo sino crecer y se llevó de encuentro a ministros, al primer ministro y al presidente. Arrogantes, vivían tan alejados de la realidad, que no sabían que se estaban ahogando en el lodo de lo que creían su victoria. Los días finales, en la Comisión de Constitución, disfrutaban jugando al gato y al ratón, con la premura del presidente por discutir su propuesta de adelanto elecciones; y, en paralelo, boicoteaban los esfuerzos del primer ministro Del Solar por llegar a un acuerdo político que solucionase la crisis. En vísperas del 30-S era tal el desprestigio del Congreso, por lo que hicieron y por lo que dejaron de hacer, que el presidente Vizcarra subió 30 puntos porcentuales de aprobación por solo disolverlo.

Ahora, 44 meses después de la victoria de PPK y de la reacción de Keiko, el ciclo llega a su fin. Más allá de lo discutible que fue y seguirá siendo la disolución fáctica del Congreso, de lo visto hasta ahora el Tribunal Constitucional no va a cuestionar la legalidad de lo hecho, lo que por cierto habría colocado a Vizcarra en una situación muy complicada. Más bien, si las cosas suceden, como todo indica que van a ocurrir, el asunto será, para la política, página volteada. Ciclo cerrado.

Entraremos, con ello, a un período nuevo, de transición, que debería concluir con la elección del nuevo presidente y un nuevo Congreso en el 2021. No conocemos con qué características específicas, intensidad y resultados, pero hay tres procesos básicamente simultáneos y entrelazados que van a marcar las características del año y medio próximo.

En primer lugar, está la constante demanda al gobierno de gestionar mejor y obtener más resultados. La victoria política obtenida le da un margen bastante amplio al presidente para jugarse por algunos temas y reformas que pudiesen reencausar el país en distintas áreas. Mi impresión es que habrá poca reforma y resultados magros.

En segundo lugar, lo político y lo judicial seguirán imbricados. Hay mucho poder sujeto a investigación, o susceptible de serlo en el futuro, como para que ello no ocurra. Ojalá se logre justicia: que todos los culpables paguen y, si hay inocentes, que sean reivindicados por la ley y la sociedad. La primera tan importante como la segunda.

El tercer hilo de la trenza: un largo y casi ininterrumpido ciclo electoral de cuyos posibles resultados aún sabemos muy poco. Sí que la ciudadanía viene respondiendo con la mayor indiferencia al diluvio de mensajes de un número inmanejable de candidatos.

“Sabemos poco y siempre hay sorpresas”. La frase anterior podría resumir nuestra historia electoral de las últimas décadas.

En estas, sin candidatura a la presidencia que defina la suerte de los vagones, con 22 partidos en lid y 20 días de campaña, no se puede descartar casi nada. Ni siquiera que, con ¿15%? de los votos, los repudiados por ¿85%? de la gente pudiesen controlar el Congreso.

De darse esa remota posibilidad, presenciaríamos la resurrección del ciclo. En este caso, ya no sería un milagro, sino una tragedia.

*El autor fue ministro del Interior en el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski.