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Exdirector de El Comercio
En una entrevista sobre su reciente libro “Medio siglo con Borges”, Mario Vargas Llosa sostiene que, después de la pandemia, el mundo será menos libre que antes, porque darle mucho poder al Estado es recortárselo a la sociedad civil. Al escritor, le parece que esto es muy peligroso y que, por ello, la sociedad civil debe defenderse de la concentración del poder estatal para preservar los valores de la democracia, como la libertad de expresión, la libertad de crítica y la división de poderes. Concluye afirmando: “tengo la impresión de que el mundo que emergerá de esta experiencia verá recortados los logros de la democracia” (“Luces” de El Comercio 28/06/2020).
Puede que Vargas Llosa tenga –o no– razón, pero sin duda se puede advertir una tendencia hacia la concentración del poder, no solo durante la pandemia, sino inclusive desde antes de que esta apareciera.
Son lo que llamo ‘los cuatro jinetes del apocalipsis antidemocrático’: las dictaduras en todas sus formas y modalidades, los populismos y su gran variedad, la plutocracia neoliberal y la tecnocracia al servicio de esta plutocracia (principalmente, pero también de las otras dos formas políticas).
En los últimos años, hemos visto cómo el poder ha venido concentrándose en gobiernos autoritarios, tanto de derecha como de izquierda. Desde Viktor Orbán en Hungría hasta Nicolás Maduro en Venezuela. Hay otros casos, es cierto, pero lo más grave para América y Europa es que el discurso autoritario que había desaparecido ha vuelto a surgir. Este no solo justifica la concentración del poder en una élite que se siente iluminada para conducir los destinos de las naciones por líderes mesiánicos, sino que también, como sucede sobre todo en Europa, es xenófoba y racista. Toda dictadura es en sí misma mala y corrupta; corrompe con dinero y poder.
Esta tendencia, además, se refuerza a través de un discurso populista, que se presenta como salvador de los pobres y necesitados –un grupo que ha aumentado por la expansión de la pandemia–. Los demócratas deben estar alertas. Ya no se tratará de dictaduras militares clásicas (aunque todavía algunos las añoren en América Latina), sino del tipo que llamamos ‘dictaduras revestidas de formalidades democráticas’, como sucedió con el Gobierno de Alberto Fujimori.
Si bien hemos asociado dictadura con populismo, podría surgir un neopopulismo. Una mezcla de caudillismo, voluntarismo, personalismo y cuestionamiento a todo lo que pudiera ser un manejo racional y científico de la economía. El espectro aquí es muy amplio, y va desde Donald Trump o Jair Bolsonaro hasta Daniel Ortega y Maduro. Su voluntarismo es de tal magnitud que rebasa cualquier lógica de equilibrio institucional, lo que afecta gravemente la división de poderes.
Por supuesto, el acoso a la prensa es su principal objetivo, porque temen la crítica de sus opositores y añoran el control de la sociedad civil.
La tercera plaga antidemocrática es la plutocracia. Por esta, me refiero a los grupos de poder económico que surgen con el capitalismo, concentran la riqueza y, con ella, el poder político, al que penetran a través de varios métodos de incursión y control, como el de la ya conocida “puerta giratoria”. De ellos, dice Francisco Durand en su obra “Odebrecht”: “logran proyectarse ventajosamente sobre el Estado, logrando formas de influencia excesiva y a veces indebidas sobre la toma de decisiones. Al crear privilegios, generar desventajas y tener impactos sociales e institucionales negativos, afectan el interés público”.
Finalmente, el cuarto jinete es la tecnocracia. La técnica es útil para el progreso de la humanidad, como lo es la ciencia. Pero una cosa es que ambos ayuden a gobernar lo mejor posible y otra que un grupo de funcionarios públicos del más alto nivel concentren poder; es decir, centralicen la toma de decisiones, amparándose en sus conocimientos sin ponerlos al servicio de todos, sino solo al de los grupos de poder de los que, por lo general, provienen. Esta concentración del poder en la ‘tecno-burocracia’ produce una contradicción entre la lógica de la democracia y la lógica del beneficio. En donde lo segundo se impone a lo primero debido a la desigualdad, no solo económica, que se produce –que ya es grave–, sino a la desigualdad en el ejercicio del poder.
El único antídoto contra estos cuatro coronavirus antidemocráticos está en la misma democracia. Por eso, tenemos que inocular valores y principios democráticos a todos los peruanos, si es que no queremos caer en la pandemia que destruye toda libertad y toda igualdad.