"En realidad, la sumisión inicial que vimos en este caso en los parlamentarios no es sino un síntoma más de esa vocación autoflageladora que tantos de ellos mostraron durante la campaña al clamar que les quitasen la inmunidad y les bajasen el sueldo". (Ilustración: Mónica González)
"En realidad, la sumisión inicial que vimos en este caso en los parlamentarios no es sino un síntoma más de esa vocación autoflageladora que tantos de ellos mostraron durante la campaña al clamar que les quitasen la inmunidad y les bajasen el sueldo". (Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

La mayoría de los congresistas recientemente elegidos no tiene intenciones de hacerle oposición al gobierno. Quizás se pueda esperar algunos gestos bravucones de parte de los representantes de UPP o Fuerza Popular; pero, en general, aterrados por la posibilidad de parecerse a sus antecesores, los miembros de todas las otras bancadas dan la impresión de estar afinando las voces para, una vez instalados en el hemiciclo, conformar un bonito coro que le lleve el amén al Ejecutivo hasta en sus caprichos más absurdos.

El ministro del Interior, por ejemplo, los acaba de amenazar con quitarles el resguardo policial y, en lugar de protestar por lo que a todas luces es una agresión disfrazada con el argumento demagógico de que eso servirá para incrementar la seguridad en las calles, ellos se han tirado al piso musitando con la boquita apretada que están de acuerdo y casi pidiendo perdón por no haberlo pensado antes. Si no fuera por los periodicazos, estamos seguros, Vizcarra no habría desautorizado a con respecto a la iniciativa.

En realidad, la sumisión inicial que vimos en este caso en los parlamentarios no es sino un síntoma más de esa vocación autoflageladora que tantos de ellos mostraron durante la campaña al clamar que les quitasen la inmunidad y les bajasen el sueldo. O también ahora último, al proponer que los hagan marcar tarjeta al entrar y salir del Palacio Legislativo. “Pertenezco a una especie ruin y merezco el castigo”, es de alguna manera el mensaje que su actitud humillada transmite.


–Acordamos estar de acuerdo–

Mención aparte merece el llamado acuerdo por la gobernabilidad firmado por las futuras bancadas de , , y . El documento es, en esencia, un pretexto para remachar ante sus potenciales críticos que se van a portar bien, porque de ‘acuerdo’ propiamente dicho no tiene nada: se trata solo de una lista de asuntos por revisar que no va acompañada por compromiso alguno sobre cómo se va a proceder a propósito de cada uno de ellos.

Tan forzada es la elaboración del texto que, en un punto del acuerdo, los firmantes llegan a señalar “respaldamos el ”. Es decir, el acuerdo consiste en la determinación de respaldar el acuerdo… En el Partido Morado deben estar indignados por el hecho de que los hayan marginado de tan ‘ayayera’ venia.

Lo que todos estos congresistas dispuestos a la mortificación y a la doma no han considerado, sin embargo, es que sus esfuerzos podrían verse frustrados por el propio gobierno. Del 30 de setiembre en adelante, este ha ido ensartando, como se sabe, despropósitos de los que ya no puede culpar al Parlamento disuelto y, en consecuencia, necesita de una nueva bestia negra. ¿Y qué mejor manera de convertir a los ‘calichines’ en ese enemigo soñado que provocándolos?

Es legítimo, pues, maliciar un afán de esa naturaleza detrás de la amenaza de Morán de quitarles el resguardo policial. Y, aunque no existiera un plan perverso de aguijoneo a la representación nacional en agraz (porque tampoco se trata de asumir que de pronto en el Ejecutivo se han vuelto eficaces), la invicta inclinación del presidente y su entorno por desbarrar puede terminar arrastrando a quienes se han programado para ser corderos al enardecimiento.

¿Podría evitar el Parlamento de estreno, por ejemplo, llamar al presidente del Consejo de Ministros a una interpelación después de la ópera bufa protagonizada por distintos miembros del en torno a la demanda de Odebrecht ante el Ciadi? ¿Conseguirían los legisladores más recorridos morderse la lengua en el Hall de los Pasos Perdidos frente a disparates del mandatario como el de afirmar que él es jefe del Gobierno y no del Estado? ¿Omitirían los que quieren pegarla de inflexibles fiscalizadores la pregunta pública sobre cómo así la señora Miriam Morales, secretaria general del despacho presidencial, ha terminado en el directorio de Electro-Perú?

No lo creemos. Y si bien todas estas tormentas pueden haber amainado para cuando finalmente se acomoden sobre sus escaños, hay otros asuntos en ruta de colisión con ellos de los que no podrán desentenderse.

Nos referimos, por supuesto, al voto de investidura que Vicente Zeballos y todo su Gabinete tendrán que ir a solicitar al Parlamento ni bien haya iniciado este sus funciones. Es probable que a los próximos legisladores no les haga ninguna gracia negarle la confianza al equipo ministerial que, mal que bien, representa el estado de cosas instaurado en el gobierno inmediatamente después de la disolución del . ¿Pero cómo podrían, al mismo tiempo, bendecir las intervenciones luminosas del primer ministro sobre la “no-crisis” de los últimos días, o tolerar la presencia con propósitos de “rehabilitación” de la señora Susana Vilca en la cartera de Energía y Minas? En otras palabras, frente a una situación así, ¿optarían por investir o por embestir?


–Héctor resurrecto–

En la película “El inquilino”, de Roman Polanski, un hombre apacible toma el departamento que ha dejado libre una mujer que intentó suicidarse arrojándose desde el balcón y, en un giro siniestro de la trama, comienza a intuir que poco a poco sus vecinos lo están induciendo a repetir ese comportamiento… hasta que finalmente lo consiguen.

De manera semejante, sospechamos, pronto los nuevos ocupantes del Palacio Legislativo caerán en la cuenta de que, como en una pesadilla, el gobierno los ha llevado a comportarse como sus antecesores. Y entonces, cuando Urresti se descubra repitiendo un gesto de Becerril, Rocío Silva Santisteban detecte en el espejo una mirada que le recuerde a Tamar Arimborgo o Alberto de Belaunde se sorprenda retomando viejos argumentos de Luis Galarreta, habrá que ponerles candado a todos los balcones del Congreso.