(Ilustración: Raul Rodriguez)
(Ilustración: Raul Rodriguez)
José Ugaz

No. Aunque parezca, no es ésta una receta para cocinar un buen pato pequinés laqueado. Resulta que en el idioma inglés existe la expresión ‘lame duck’ (pato cojo), para referirse a una autoridad cuyo poder se ha reducido porque, al no haber sido reelegida, será pronto reemplazada. El término sirve, también, para describir a un político menguado por alguna razón y que anda deambulando por los complejos pasillos del poder sin capacidad de impacto y sin que le hagan mucho caso. Como es evidente, un pato minusválido es presa fácil de cazadores y todo tipo de depredadores.

Ya algunos de nuestros criollos actores políticos han importado esta chapa para endilgársela al presidente Vizcarra a raíz de las acusaciones de corrupción que pesan en su contra.

Hay quienes se niegan a dejarlo renguear en el poder pese a que le faltan pocos meses para abandonarlo, y están proponiendo acelerar su desplume para dar inicio a la freidera. El proceso ha comenzado y todo indica que será por actos.

Primer acto: pato enredado. El presidente venía esquivando bien la munición que le disparaban desde el inicio de su gestión sobre supuestos actos de corrupción cuando fue empresario y luego gobernador regional, todos los cuales se desdibujaban solos. Hasta que le encajaron un ‘swing’ (en boxeo, golpe lateral largo con el puño rotado). Producto del remezón vino la confusión balbuceante, y no quedó claro si conoció al personaje farandulero cuestionado o no, si es su amigo, si lo recibió o no, cuántas veces y, finalmente, si lo recomendó para contratos con el Ministerio de Cultura. En el enredo, se le vio tratar de “armonizar la respuesta”, y luego vinieron las marchas y contramarchas que arrastraron a sus colaboradores más cercanos al despeñadero que terminó en la fiscalía.

Segundo acto: pato al vacío. Enredado el pato, de inmediato se iniciaron los aprestos para empezar el desplume. No podemos tener un presidente que miente y que busca favorecer a su recomendado con contratos con el Estado, dijeron los otros patos cojos. Este pato no solo está cojo; padece de incapacidad moral permanente, aseveraron. Rápidamente se engrasaron las vías para envolver a la resentida secretaria en conspiraciones con abogados y grabaciones de diálogos esotéricos. Y, de pronto, salió el cuchillo-hacha debajo del ala: la moción de vacancia apuntaba al cuello del pato en cuestión.

No importaba que quien sacaba la daga fuera nada menos que un congresista cuyo partido pide pena de muerte para los corruptos y que, ¡oh, coherencia!, fue destituido de la función pública por corrupción, con dos acusaciones constitucionales por ese motivo que el Congreso se niega a tramitar. Tampoco importaba la desproporción del caso frente al pedido. Israelitas y troyanos se subieron al coche. Un exvicepresidente de la República forzado a renunciar a dicho cargo tras ser sorprendido en una reunión éticamente impropia, se rasgaba las vestiduras en medio de arcadas sin gravol. Pero primó la cordura. El pato siguió moviendo la cola y, para colmo, pechando a sus frustrados cocineros.

Tercer acto: pato arrinconado y a la defensiva. Esta vez el obús vino de donde menos se esperaba. Empresarios que ganaron obras en Moquegua cuando el hoy presidente era gobernador. Y vino cargado de TNT y anfo. Sobornos millonarios con lujo de detalles, algunos inconsistentes, es cierto. Peor aún, un amigo exministro, supervisor de las obras y supuesto intermediario del pago, se sumó como entusiasta colaborador de cargo. Durante dos semanas tuvimos al acosado en cuanto programa de radio o televisión quiso escuchar su defensa. Todo es una conspiración de Odebrecht y de los constructores a quienes les impedí el negocio corrupto cuando fui ministro, dijo sin convencer.

Cuarto acto: ¿pato sin salida? Antes de lo que grazna un pato, el partido que propone ejecutar a los corruptos empezó a correr una segunda moción de vacancia. La lidera nada menos que un congresista que ha alquilado varias veces su partido a candidatos alucinantemente contrapuestos: de Javier Pérez de Cuéllar a Antauro Humala. Peor aún, aparecieron audios del congresista llamando amigo, hermano, al prófugo extraditable César Hinostroza y coordinando reuniones con él para pedir favores en la corte. Cuestionado, respondió iracundo: ¡Son distractivos porque somos los verdaderos adalides de la lucha contra la corrupción! ¡Además, no responderé porque no me acuerdo! ¿Y el paredón que pide su partido? Cero, y van dos. Se pospone la vacancia hasta mediados de noviembre, dice el presidente del congreso.

Epílogo. Parece que la mayoría dejará que el pato termine como pueda su mandato. Hay razones de fuerza. Faltan seis meses para que sea reemplazado sin una salida traumática para el país, el temor de una posible segunda ola del virus pende sobre nuestras cabezas, hay que seguir impulsando la reactivación económica, y el Tribunal Constitucional está por definir qué se entiende por incapacidad moral permanente. Si no hay sorpresas, así será. Ello no impedirá, sin embargo, que el 28 de julio salga rengueando de Palacio directo a la fiscalía, la que, si logra superar sus desencuentros, probablemente lo esperará con las cautelares abiertas.

Moraleja. Entre patos cojos, ni se dan las patas, ni se regalan muletas.