Martín Vizcarra
Martín Vizcarra
Juan Carlos Tafur

Si uno mide la envergadura política de nuestros últimos gobernantes, deberá concluir que ha sido un exceso de optimismo el confiar en que de sus designios provendrá alguna gran transformación del país.

Para hablar del último que nos ha tocado en suerte, solo queda atestiguar una profunda decepción por la enorme distancia que exhibe respecto de la posibilidad de construir, por fin, el sueño de la modernidad republicana, o siquiera de emprender las reformas postergadas que el imperativo de la transición democrática nos ponía al frente.

Si lo de era diletancia pragmática, lo suyo parece rasgo de carácter. Vizcarra parece no entender siquiera algunos criterios políticos básicos para conducir el país. Síntoma de ello es su pusilánime esquive del enfoque de género como política educativa conducente a aliviar la terrible situación de que el Perú exhibe.

Su infeliz frase una vez conocido el fallecimiento de (“Nos sentimos apenados, a veces son los designios de la vida”) no nos revela un mandatario torpe sino uno que ignora lo que le corresponde hacer como jefe de Estado frente al problema en cuestión. No parece tener la menor idea, nunca debe haberse puesto a pensar sobre el tema, jamás debe haber estado presente en un ambiente académico donde se haya discutido sobre ello.

Según serios reportes se reúne solícito con y luego se avergüenza y tiene el desparpajo de negarlo, se comunica con mensajeros de Fuerza Popular antes de la vacancia de Pedro Pablo Kuczynski y no tiene el empaque de asumir políticamente su deslealtad. Cómo podemos creer que será capaz de ir al frente y desplegar una política pública correcta a despecho de que haga resonar tambores en las cavernas.

Tiene miedo del ultrismo fujimorista. Es un alicaído transador, sí, sin duda, pero no debe soslayarse que en el tema que comentamos lo es porque para él no es importante el enfoque de género y por eso cree que puede sacrificarlo a punta de mantener a la bancada y los medios naranjas aquietados. Nuestro presidente tiembla frente a los núcleos reaccionarios del país, a quienes cualquier atisbo de razonamiento abstracto les suena a neomarxismo encubierto.

Felizmente, los cambios sociales del país provendrán de los movimientos civiles. La saludable y enérgica reacción feminista, los colectivos antirracistas y anticorrupción, por citar los más notorios, están aportando una vena de cambio social que nuestra clase política jamás podría conducir. A lo sumo, ella deberá ser reactiva a lo que se está moviendo, fuera de su ámbito, en el tejido social e institucional de la sociedad civil.

Existe toda una generación –y en curso una segunda– que ha transitado sus años de formación en un país estable, con futuro y sin violencia política (no es casual el éxito futbolístico y el ánimo deportivo distinto de nuestra selección en Rusia).

Hay que sumarle el proceso continuo de emergencia social de sectores sociales antes excluidos del éxito social y económico. La cholificación de las élites nacionales es creciente e imparable.

En ese sentido, cabe ser optimista. La deprimente mediocridad de nuestros políticos felizmente no va a determinar nuestro futuro. Más específicamente, debemos agradecer que nuestro acceso a la modernidad social no pase por la buena o mala voluntad de personajes tan medianos como el presidente Vizcarra.

La del estribo: la muerte de Aníbal Quijano se lleva a un pensador original. Junto con Gustavo Gutiérrez y en menor medida intelectual Hernando de Soto, son peruanos que han marcado una referencia no solo nacional sino inclusive regional respecto de un pensamiento propio en alguna área académica.