(Elaboración: El Comercio)
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Federico Salazar

El presidente Martín Vizcarra ha dicho que no se siente solo en su pedido de reforma judicial y política. Se refiere al referéndum planteado y, sobre todo, a la crítica que recibe de parte del fujimorismo.

Frente a una mayoría opositora en un Congreso desprestigiado, Vizcarra optó por jugar por las bandas. Apeló a la opinión pública, para presionar a esa mayoría desde fuera del Parlamento.

La jugada fue audaz y efectiva. La propuesta de no reelección de los congresistas tuvo eco. Vizcarra obtuvo un respaldo ciudadano que actualmente no tiene el Congreso.

Los respaldos ciudadanos, sin embargo, son momentáneos y obedecen a emociones y sensaciones. Las emociones y sensaciones no son estables. Una vez conseguido el respaldo, Vizcarra tendría que haber lanzado reformas que afirmaran la aprobación.

Lamentablemente, el jefe del Estado no ha planteado reformas que vayan a cambiar el funcionamiento de nuestras instituciones. Es decir, se le va a acabar pronto el crédito.

La no reelección de los congresistas, por ejemplo, es una iniciativa que tiene sentido solo para este momento. La gente no solo está decepcionada; está, sobre todo, fastidiada con este Congreso.

La reforma de la justicia, la reforma penal, la reforma carcelaria, la reforma electoral e incluso alguna reforma sobre el Parlamento las debió plantear el Congreso. Con relación a las instituciones y la necesidad de reforma, la mayoría, poderosa, no hizo nada.

La gestión del Congreso, en la percepción de mucha gente, se reduce al enfrentamiento y al blindaje de personajes corruptos.

El fujimorismo facilitó algunas iniciativas legislativas del Ejecutivo; sin embargo, el enfrentamiento empezó desde que Keiko Fujimori decidió no saludar al presidente electo sino hasta la recepción de las credenciales. Desde ese gesto hasta la emboscada de las grabaciones clandestinas para forzar la renuncia del presidente, hubo encono y cortapisas.

El blindaje, por otro lado, ha sido permanente. Desde el ex contralor Edgar Alarcón, que grabó a un ministro, hasta el congresista Moisés Mamani, que grabó a otro ministro, personajes así han sido defendidos y sostenidos por el fujimorismo.

A la cartera de blindados se suman personajes como Yesenia Ponce, que falsificó documentos, o Héctor Becerril, acusado de hacer lobby en la casa del defenestrado ex presidente del CNM Guido Aguila.

En suma, la poderosa mayoría ha desperdiciado su poder para la reforma. Cuando esta inició su ejercicio en el 2016, la lideresa de Fuerza Popular prometió que se dedicarían a hacer un país “más seguro, más humano y más justo”. En el 2018 tenemos lo contrario.

El cambio de mandatario fue una gran oportunidad para realizar los cambios que nadie había hecho. Los planteamientos de Vizcarra, sin embargo, no van a ningún lado.

Ante la Oficina de Control de la Magistratura (OCMA), por ejemplo, se plantea crear la Autoridad Nacional de Integridad y Control en el Poder Judicial y en el Ministerio Público. Sus titulares serán elegidos por concurso público.

¿Una oficina por otra? ¿Y se disuelve la OCMA? ¿Y por qué sería diferente? ¿Y qué haría que no haya arreglos, presiones, corrupción?

El presidente Vizcarra también entregó un proyecto para incentivar la probidad en el ejercicio de la abogacía. ¿Una ley va a cambiar los estándares, la inmoralidad y la venalidad? Hasta donde se ve, es un saludo a la bandera.

Vizcarra también plantea la bicameralidad como reforma constitucional. Como si la divina división de las aguas en el Legislativo garantizara un cambio en los criterios y en los mecanismos que hacen que elijamos mal.

Es ingenuo creer que la voz del pueblo es una voz milagrosa. Primero, hay que estudiar las instituciones, los incentivos que establecen, las infracciones que facilitan, las inconductas que provocan. Después, recién después de un diagnóstico, se puede plantear reformas.

Vizcarra está desperdiciando la oportunidad de hacer las cosas diferentes. Está dejando pasar la oportunidad de hacer un cambio institucional con el apoyo de la gente.

Es triste, realmente, que ni en el Legislativo ni en el Ejecutivo sepan cómo usar el poder. La política los ha tomado, a eso se dedican, mientras en el país avanza la descomposición y el incendio.