Masculinidades, por Francesca Denegri
Masculinidades, por Francesca Denegri
Francesca Denegri

Mucha tinta ha corrido a propósito de la abundancia de agresiones intercambiadas en el set de RPP, pero muy poca sobre las dos formas de elemental homosocialidad masculina que terminaron escenificándose en un lento pero inexorable ritual las mañanas del 19 y 24 de abril.

Lo que llamó la atención en la primera entrevista fue el modo en que Agustín Laje y Nicolás Márquez, hermanados por libros, proyectos y rigores de una historia compartida que no conocemos, optaron de saque por minimizar e ignorar, y finalmente excluir a Patricia del Río del círculo de entrevistadores presentes en el set. Las estrategias fueron diversas, desde el esbozo de sonrisas socarronas cuando ella hablaba, a la insistencia en dirigir sus largas respuestas solo a Fernando Carvallo y Aldo Mariátegui, para finalmente de plano referirse a ella en tercera persona, como si “la periodista”, “la señorita”, “la señora”, no fuera una interlocutora tan de carne y hueso como sus dos colegas varones del canal. 



Fueron muy contadas las secuencias en las que los invitados acusaron reconocimiento de su presencia, como cuando al principio ella tosió y Laje hizo gala de voltear a mirarla con irritación manifiesta, o cuando luego el dúo hizo escarnio del  “discurso anticientífico” de “la periodista” tras su fustigado retiro de la mesa. El par aprovechó ahí para despacharse a sus anchas por su “bajo nivel”, sus modos inquisitoriales y su ignorancia de la anatomía humana. Además de insistir en ridiculizar y censurar con imágenes sexualizadas a “la señora que pretende hacer un striptease en el programa”, Márquez y Laje hicieron lo posible por hablar de principio a fin solo con sus pares masculinos, aun si uno de ellos se cuidara como impecable profesional de no caer en la trampa, y el otro diera amplias muestras de desinterés en el tema. 

Como los orilleros de Borges, lo único que estos defensores de la dudosa “” fueron capaces de reconocer en esa presencia femenina que se lanzó al ruedo para dar su voz y voto como de rigor le correspondía, fue a la intrusa que había que expulsar de su sagrado círculo para salvaguardar la camaradería masculina que en ese momento, a juzgar por sus afanes, parecía peligrar. 

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De la segunda entrevista resultó notoria la gramática de duelo de honor que de pronto se configuró en contraste con la primera. El lance exige que a contracorriente del desprecio que se pueda sentir por el adversario, se reconozca en este a un exacto par, y que lejos de trivializar la ofensa, le sea otorgada el peso preciso para desatar la contienda.

Bastaron segundos para la puesta en escena: un disparo fuera de lo convenido, miradas fijas reciprocadas en su indignación, injurias y desafíos lanzados de tú a tú, jamás a través de terceros, y golpes acusados sucesivamente por cada uno de los duelistas. 

Al cierre, entrevistado y entrevistador quedaron así frente a frente dentro del círculo exigido por un ritual de tiempos inmemoriales, en contraste con el de Laje y Márquez que se mantuvo impermeable al ingreso de la contendiente. En la última secuencia y antes de arrancarse los audífonos, Aldo Mariátegui apunta a Marco Arana con el dedo y lo invita furioso a seguir hablando después, como buscando la revancha en un combate gozoso que no quería soltar.

La mirada desde la que se escenificaron ambos duelos de impoluta homosocialidad masculina no quedó sin embargo en el set. En las redes, la agresión del público a Patricia del Río también se generizó y fue acusada de “loca”, “vieja trajinada”, “histérica”, “sabelotodo”,  “feminazi”, y en los medios se le acusó porque se desabotonó la blusa, aun si el video no lo comprobara. En cambio, a Mariátegui le dijeron “picón” “webón”, “resentido”, “imbécil”. 

Contra la intrusa circulan hoy cartas de alcance global exigiendo que la echen del canal, contra el entrevistador que agredió sin fe en la entrevista, las protestas quedaron en insulsos troles. La primera entrevista fue la escenificación de una vil expulsión, la segunda fue la de una justa, un mano a mano. ¿Y mientras tanto, donde estuvieron las redes de mujeres? No se oye, madre.