La mentira, la hipocresía y el cinismo, por G. Portocarrero
La mentira, la hipocresía y el cinismo, por G. Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

Parece que no queda más que informar, o comentar, sobre los plagios contenidos en varios de los recientes artículos del . La opinión pública tiende a dividirse entre aquellos que perciben en el plagio solo un acto más en una trayectoria marcada por el cinismo y la arrogancia, y aquellos que no le dan importancia al asunto porque se trata de ‘peccata minuta’, de faltas leves y de menor cuantía, sobre las que los adversarios, movidos por el odio, tratan de sacar ventaja en forma de desprestigio de la figura del cardenal. Ni qué decir que esta segunda corriente de opinión se encuentra auspiciada por Cipriani y sus incondicionales.

El propio cardenal ha desarrollado un arsenal de armas defensivas en contra de sus críticos: la primera señala que, tratándose de pastores que solo quieren esparcir el evangelio, las citas estarían de más. Pero el argumento sería plausible solo si el artículo no estuviera firmado de manera que no se podría sospechar que su autor pretende una fama que no le corresponde. Hecho que no es el caso, pues son bien conocidas las ínfulas del cardenal que aspira a poseer la última palabra por lo inspirado de su decir. Tampoco es persuasivo su argumento de que en los discursos pastorales estarían de más las referencias a otros autores por la brevedad del espacio. En todo caso, se puede entender la falta de la referencia precisa (nombre del libro, fecha, edición, página), pero no, de ninguna manera, el ocultamiento del autor cuyas ideas han sido tomadas como propias. 

Quitar importancia al plagio o presentarlo como un recurso lícito en la ampliación de una escritura eclesial prácticamente anónima suponen, mal que bien, como se dijo, que no hay una falta sustantiva. Entonces, hasta aquí estamos en el terreno de la mentira y de la hipocresía, del ocultamiento de la verdad. Y la hipocresía es –como dijo el moralista francés – “un homenaje que el vicio rinde a la virtud”. La hipocresía es el engaño o mascarada con que el engaño trata de cubrirse con el prestigioso manto de la verdad. 

Pero en la defensa de sus plagios Cipriani ha ido varios pasos más allá. Durante su programa “” aseguró que las acusaciones son “una estrategia para hacer daño”. Es como el malhechor que atribuye a la maldad de sus adversarios la responsabilidad de su crimen. 

Pero donde Cipriani traspasa los límites de la mentira y la hipocresía para apostar por un desesperado intento de cinismo cómplice es cuando dice: “Si ha habido una impresión de haber utilizado unas ideas, unos planteamientos, sin citar las fuentes [...], tenemos que tener una mayor grandeza de ánimo, para saber con espíritu deportivo dialogar, cambiar ideas y seguir la vida hacia adelante”.

El plagio del cardenal es solo una impresión, en que solo gente mal pensante puede haber incurrido, pero bastaría un poco de “grandeza de ánimo... para seguir la vida adelante”. Esa gente mal pensante podría ser perdonada por la magnanimidad del cardenal, para, gracias a su espíritu deportivo, llegar al tristemente célebre “borrón y cuenta nueva”. Los acusadores dejan de lado todo intento de justicia y el perpetrador promete abandonar cualquier asomo de venganza. Total, todos tenemos rabos de paja y entre gitanos no nos leemos la suerte. Esta es la actitud que combatía por el ser germen de los grandes males de nuestra vida nacional: “Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz. Dejemos la encrucijada por el camino real, y la ambigüedad por la palabra precisa”. Es decir, contra el mutuo encubrimiento y las mendaces palabras destinadas a encubrir la mentira, solo la verdad bien dicha podrá salvarnos. 

Sin embargo, pese a lo señalado, lamentó que el diario El Comercio haya anunciado que no le permitirá volver a escribir y señaló que “podía haberse conversado con un poco más de confianza, pues hay una clara explicación”.