(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Andrés Oppenheimer

Hay malas noticias para quienes queremos la democracia y el respeto a los derechos humanos en toda América Latina: , el favorito en las encuestas para ganar las elecciones en México, ha anunciado que si gana nombrará a varios dinosaurios de la política exterior mexicana en puestos claves. 

En rigor, aunque es un populista de izquierda, López Obrador no es un Hugo Chávez ni un Fidel Castro. A juzgar por la impresión que me dio cuando lo entrevisté hace ya varios años, tiene poco conocimiento y ningún interés en la política exterior. 

Pero recientemente ha dicho que, si es elegido, regresará a la vieja política exterior mexicana basada en el principio de la “no intervención” en los asuntos internos de otros países. 

La “no intervención” ha sido la excusa usada por países totalitarios como Cuba y Venezuela –así como por los gobiernos autoritarios de México en el siglo XX– para justificar su apoyo a otras dictaduras, y para defenderse de las críticas externas. 

López Obrador anunció recientemente que nombraría a Héctor Vasconcelos, un ex embajador en Dinamarca y Noruega, como su secretario de Relaciones Exteriores. 

Posteriormente, el 17 de mayo en el programa “Es hora de opinar”, se le preguntó a Vasconcelos si él hubiera firmado la declaración reciente del Grupo de Lima exigiendo la restauración de la democracia en Venezuela. Y Vasconcelos respondió: “No lo creo”. 

Vasconcelos agregó: “Aquí hay una situación estrictamente interna de Venezuela. Nosotros no creemos incluso en emitir opiniones sobre conflictos estrictamente internos”. 

Para ser justos, López Obrador y Vasconcelos no son los únicos dinosaurios de la política exterior que están resucitando en el escenario mundial. 

El presidente Trump y sus principales asesores de política exterior están en la misma línea, resucitando políticas proautoritarias, proteccionistas y veladamente racistas. 

Los elogios de Trump a los dictadores de Rusia, Egipto, Turquía e incluso –según el día– Corea del Norte, sin mencionar sus respectivas violaciones de los derechos humanos, marcan un regreso a los tiempos en que la política exterior de Estados Unidos no tenía entre sus prioridades hacer respetar la democracia y las libertades básicas. 

El secretario de Comercio, Wilbur Ross, de 80 años, está proponiendo un impuesto del 25% sobre las importaciones de automóviles en nombre de la “seguridad nacional”, utilizando un lenguaje como el que condujo a las guerras comerciales que aceleraron la Gran Depresión de 1930. 

El regreso de México a la política exterior de “no intervención” sería un duro revés para el Grupo de Lima. 

En una entrevista reciente, le pregunté al secretario de Relaciones Exteriores de México, Luis Videgaray, sobre la postura de “no intervencionismo” de la campaña de López Obrador. Videgaray me respondió que si bien México debe oponerse a cualquier intervención violenta en Venezuela, no puede permanecer indiferente a la ruptura constitucional y la crisis económica de Venezuela, que ya está provocando una migración masiva a todo el continente. 

El principio de la “no intervención” era entendible cuando México era “un país predemocrático”, me dijo. En ese entonces, México se refugiaba detrás del concepto de “no intervención” para evitar que otros países criticaran los defectos de su propio sistema político, señaló. 

“El mundo ha cambiado. Hoy México es plenamente democrático, y creemos que México tiene que asumir una responsabilidad global”, agregó. “Y eso empieza por no mirar al techo, por no ser indiferentes cuando vemos rupturas del orden institucional... como la que estamos viendo en el caso de Venezuela”. 

Estoy de acuerdo. Desde los horrores del nazismo y el comunismo en la Segunda Guerra Mundial, el mundo ha ido evolucionando para aceptar la idea de que los países no pueden permanecer indiferentes a la violación de los derechos básicos en otras naciones. Hay un principio de “no interferencia”, pero también debe haber un principio de “no indiferencia”. 

Sin embargo, lamentablemente, los dinosaurios de la política exterior parecen estar regresando, y en todas partes.