"El Ministerio del Twitter", por Pedro Canelo
"El Ministerio del Twitter", por Pedro Canelo
Redacción EC

A veces tener una cuenta de Twitter es también derrumbar los principios filosóficos de René Descartes. Las aceleradas manifestaciones en esta red social se traen abajo las siempre sensatas reglas del “pienso, luego existo”. Un caso emblemático, y que muy pronto será motivo de estudio, lo personifica el casi siempre exagerado . El ex ministro del Interior se atropelló a sí mismo en esta red social. Desde que fue destituido del Gabinete le han dicho de todo; hasta se ha propuesto una marcha (sí, otra) para pedirle que cierre o bloquee su cuenta tuitera. Tampoco exageremos, es cierto que en esta red hay un inmenso margen de error para políticos y líderes de opinión pero satanizarla no es inteligente ni justo. Que existan kamikazes en tiempo real (y con servicio las 24 horas del día) no es culpa de los creadores de este pajarito azul. Si Ricardo Arjona analizara este conflicto con uno de sus lugares comunes diría: el problema no es que tengas Twitter, el problema es que no sabes desconectarte.

Los talleres para usar correctamente tus cada vez tienen más demanda. Hay que aprender para evitar papelones en vivo y para no convertirte en un ‘meme’ después de tantos insultos. Expresarte en Twitter o en el ‘Face’ no es un acto espontáneo como quien regala un osito de peluche de Taiwán cada 14 de febrero. Sobre todo si eres un personaje público, hay que tener mucho cuidado y responsabilidad. Aunque nunca lo diga, Urresti trastabilló con la cáscara de un plátano que él mismo lanzó al suelo.

Una vez leí a un periodista español que decía: “Para un líder de opinión, la mejor forma de manejar una red social es saber que solo estás escribiendo y compartiendo lo necesario”. Urresti quiso estar “en todas”: en todo momento y en todo lugar. Se autoboicoteó exhibiendo el arte de la superexposición. En Twitter los conflictos y peleas se expanden muy rápido, forman una bola de nieve que solo puede ser controlada por el silencio. 

A Urresti, como a otros periodistas y políticos, les traiciona ese bichito de la vanidad que los tienta a estar siempre en el centro del show. Y eso puede ser el búmeran más venenoso de todos. Lo más triste es que la mayoría aprendemos a cocachos. Puro empirismo del golpe. Tantas peleas, desplantes e insultos en ese espacio de 140 caracteres que a veces no sabemos si estamos en o si han repuesto el programa de “Los cómicos ambulantes”.


Hay personas que están perdiendo trabajos y credibilidad por sus desvaríos tuiteros. Mejor hacer una pausa, como la recomendada por una marca de café, antes de dispararte a los pies con un desatino virtual. Urresti cayó, entre otras cosas,  por su abrumadora presencia tuitera. Usó el teclado sin freno de mano. Por no pensar, ahora en los noticieros no existirá.