Richard Webb

Con tecnología moderna, hoy podemos ver lo que antes era invisible a simple vista. La radiografía, inventada a fines del siglo XIX, usa los rayos infrarrojos para atravesar el material sólido y mostrarnos el interior del cuerpo humano. Entrando al siglo XXI, ese mismo principio de “mirada selectiva” ha sido aplicado por el ya famoso telescopio James Webb para ver lo que hay “detrás” de la cortina de estrellas y galaxias cercanas, cuya abundancia y luminosidad nos impedía ver el cielo más lejano. El nuevo instrumento ya viene descubriendo galaxias y otros fenómenos no imaginados, antes bloqueados por la luz de los objetos celestiales más cercanos.

Impresionado por esos avances científicos, pienso en el reto que enfrenta el historiador que, ante la vastedad de la experiencia humana, también debe recurrir a la mirada selectiva. Según Carlos Contreras, el historiador no parte de los hechos sino de un argumento o idea que quiere afirmar, por lo que la búsqueda de hechos termina siendo fuertemente selectiva, guiada por el deseo de corroborar una tesis inicial. Pero, como otras ciencias, su oficio ha sido cambiado también por la tecnología, primero con la llegada de la escritura, luego por la masificación de la imprenta, y más recientemente por la masificación digitalizada del registro de hechos, cada vez reduciendo el margen para la selectividad de la mirada. Hoy, buscando conocer la historia de nuestra , he descubierto dos avances recientes que podrían ser definidos como “tecnología para el historiador” y que contribuyen a reducir en algo el margen para la mirada selectiva. Ambos se basan en la matemática y en la extraordinaria capacidad de procesamiento que permiten las computadoras.

La mirada matemática a nuestra historia puede ser ilustrada con un estudio realizada por la historiadora Melissa Dell, que aprovechó registros coloniales y data reciente para descubrir una relación estadística entre la mita –la institución colonial que permitía el trabajo forzado en las minas– y el grado de subdesarrollo o atraso económico y social en la actualidad, relación que no era fácil de detectar sin la ayuda de la matemática y de las computadoras. Según sus cálculos, Dell considera que los efectos de una institución colonial han perdurado varios siglos. El segundo avance que podría ser calificado también como “tecnológico” ha consistido en la obra estadística del economista Bruno Seminario, cuyos cálculos han logrado medir las principales de la economía, no solo los totales de la producción e ingresos, sino también de sus principales componentes a lo largo de los últimos tres siglos.

Los resultados de Seminario nos obligan ahora a poner de lado los calificativos simples e impresionistas y desarrollar sustentaciones en base a números. Un resultado central del trabajo de Seminario es el descubrimiento de una economía republicana mucho más dinámica de lo que se venía imaginando. Así, contra todo lo imaginado por estudios anteriores, los números de nuestra economía republicana son comparables a los de otros países, registrando un nivel de expansión no imaginado antes y, por lo tanto, no explicado. Según Seminario, la producción total de nuestra economía republicana aumentó a una velocidad similar a las tasas de crecimiento registradas por la mayoría de las economías de Europa en el mismo período. Lo que falta ahora son explicaciones de semejante dinamismo. La ciencia económica y también la historia de otros países nos indican que el dinamismo económico exige un conjunto de elementos como son el ahorro, una clase empresarial, el acceso a la tecnología, y un marco institucional favorable a los negocios. Cabe señalar, además, que un requisito adicional en el caso peruano ha sido una creciente provisión de alimentos para hacer posible el enorme crecimiento demográfico. Si Seminario tiene razón, todos esos elementos tienen que haber existido, y la tarea del historiador debe consistir en documentar y explicar su existencia.

Richard Webb es director del Instituto del Perú de la USMP