Con mis tetas no te metas, por Renato Cisneros
Con mis tetas no te metas, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

Parece el título del último baile de Alan García, pero no. El ‘Tetazo’ es el nombre de las protestas que se vienen realizando en Argentina ante lo sucedido a fines de enero en una playa de la localidad de Necochea, donde tres mujeres fueron intervenidas policialmente y expulsadas por quitarse la parte superior del bikini.

El día de los hechos un operativo llegó a movilizar hasta a 20 agentes uniformados y seis patrulleros –es decir, un patrullero por teta– para retirar a las tres jóvenes, que se quejaban del atropello, seguras de no estar cometiendo ninguna ilegalidad.

Al ver las imágenes uno no sabe qué da más vergüenza: si la reacción desproporcionada de los policías o el apoyo de varios bañistas a la intervención. Uno de los indignados ‘tetofóbicos’, un gordo furioso –dueño de unas ubres descarriladas que haría bien en ocultar– alcanzó a proferirle a una de las requisitoriadas: “¡La ley es la ley, vos no podés venir a exhibirte aquí, tomátela!”.

Tan airada invocación de la norma, sin embargo, sería desbaratada horas después nada menos que por el juez Mario Juliano, quien archivó la denuncia llegada hasta su despacho. Juliano explicó que “el topless no encuadra dentro de ninguna figura legal sancionable”. Dijo, además, que existe una disposición de 1973 que castiga a las personas que realizan “actos obscenos contrarios a la decencia pública”, pero reconoció la dificultad de encontrar hoy una definición de “acto obsceno” y “decencia pública” que contente a todos.

El incidente desató en pocos días una polémica nacional fácilmente trasladable a cualquier sociedad incluso más reprimida y conservadora que la argentina. La nuestra, por ejemplo. En el Perú, bajo el pretexto de que ‘hay cosas más importantes sobre las cuales legislar’, hay gente que silencia la discusión acerca de replantear la arraigada cultura machista  en que vivimos, y de legitimar el derecho de la mujer a vestirse (o desvestirse) como mejor le parezca sin por eso sentirse agredida ni agresora.

El episodio de Necochea desencadenó preguntas de fondo que haríamos bien en intentar responder: ¿por qué un hombre puede andar sin camiseta por la arena y una mujer no?; ¿por qué validamos cierta desnudez y condenamos otra?; ¿por qué nos cuesta entender que lo ‘indecente’ no está en la teta mirada sino, muy probablemente, en el ojo que la mira?

A estas alturas del siglo XXI en que todos –salvo los retrógrados– comprendemos que una madre amamante a su bebe en público y vemos natural que una mujer indígena aparezca semidesnuda en una revista (National Geographic muestra pechos desde 1896) y celebramos ‘el desnudo artístico’, ¿por qué volverse prohibitivo ante un topless playero? ¿Hay algo más ridículo, cínico y doble estándar?

“¡Mis hijos están de por medio!”, arguyen los pudendos enemigos de la teta, como si los niños reaccionaran ante un seno descubierto con la malicia o el morbo de un adulto. Por cierto, ¿en qué momento aprendimos que el pezón femenino debe ocultarse a la vista, a diferencia del masculino? Este fin de semana, en la playa, por solidaridad con el ‘Tetazo’ argentino o por pura rebeldía ante costumbres arcaicas, deberíamos impulsar una cruzada de tetas libres. ¿Y qué hacemos los hombres? Respaldar, defender. Sacar pecho por las mujeres que lo ponen.

Esta columna fue publicada el 11 de febrero del 2017 en la revista Somos.