(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
José Ugaz

Después de 36 años volvimos al Mundial. Fue un proceso largo desde las Eliminatorias y, aunque no nos fue tan bien como esperábamos, terminamos con un sabor dulce, sellado con el triunfo sobre Australia.

Viendo esa masa de peruanos desfilando con la rojiblanca por las calles de Rusia o reunidos por miles ante las pantallas en todo el Perú, uno se pregunta por lo que podríamos hacer si toda esa energía positiva, llena de patriotismo y emoción, esa solidaridad que hermana sin distinción de ningún tipo, se canalizara para otros emprendimientos de gran valor, como erradicar la pobreza, eliminar la corrupción y emprender el camino del desarrollo sostenido basado en el bien común para lograr una sociedad en la que la convivencia sea un placer posible para todos.

Desde esa perspectiva, hay valiosas lecciones que podemos sacar de la experiencia vivida por nuestra . Veamos.

1. La importancia del liderazgo. Todos quieren que Ricardo Gareca se quede porque lo consideran el artífice de esta revolución futbolística. Para que nuestro país deje de morderse la cola y salga del atolladero de los graves problemas que nos aquejan, necesitamos líderes que, como el entrenador argentino, tengan un plan claro de lo que hay que hacer, sean disciplinados y enseñen con el ejemplo, actúen con ponderación después de reflexionar, sean capaces de adaptarse a las circunstancias y a los pocos recursos con los que cuentan.

Esa calidad de liderazgo empieza con la escogencia del equipo con el que se va a emprender la tarea, afinando el ojo sin dejarse presionar ni apantallar por los grupos de interés de todo tipo. El líder no actúa solo, por eso debe saber elegir también a su comando técnico, aquellos con quienes consultar sus dudas, cotejar sus ideas, los que lo aconsejarán en momentos clave.

Escuchar declarar al líder de la selección ante buenos o malos resultados, sin perder la calma, sin insultar ni agredir a nadie, verlo sortear las lesiones y suspensiones ajustando los cambios en el equipo sin que este se desmorone, ha sido una demostración de su indiscutible condición para emprender tan complejo reto.

Qué diferencia con la mayoría de aquellos que nos representan en la política y dirigen nuestros destinos desde posiciones claves. Falsos líderes trafasiosos, adictos a la mentira y el escándalo barato, agresivos por naturaleza y proclives al codazo y el verduguillo. Rápidos con la lengua y escasos de cerebro. Incapaces de tener una visión de país porque solo piensan en su beneficio personal y el de su grupo.

2. El esfuerzo colectivo. En este equipo, no hay estrellas salvadoras ni argollas, como ocurrió con el de ‘Los 4 Fantásticos’. Esto quedó demostrado cuando suspendieron a Paolo Guerrero. La disciplina, la mística y el trabajo esforzado ha hecho que unos jugadores desconocidos para la mayoría, hoy tengan nombre propio y gocen del afecto y admiración popular. Cuando se trabaja en equipo se potencian las capacidades y las personas se vuelven piezas intercambiables de acuerdo a las necesidades del momento. Todos valen por igual y aportan desde su individualidad única.

3. La movilización popular. Hemos admirado al mundo con nuestra presencia masiva, henchida de patriotismo y orgullo perucho. Compatriotas de todas las sangres y colores, probablemente por primera vez en nuestra historia, unidos en torno a un proyecto nacional. Las masas se enganchan con el líder, el equipo y el plan, apoyan, acompañan, opinan, se movilizan.

No es un pueblo espectador esperando que le den migajas o indiferente frente a los problemas y peligros que amenazan al proyecto. Es una ciudadanía involucrada, comprometida, participante y emocionada, al punto de llorar cantando a gritos el “Somos libres seámoslo siempre” o “Porque al fin triunfaremos contigo Perú”.

4. Las derrotas no se celebran. Grande Oblitas, demostrando por qué forma parte del comando líder. Cuando tendíamos a la resignación paralizante, al autoconsuelo que nos ha caracterizado por años, a regocijarnos en el juego bonito sin goles, dijo lo preciso en el momento adecuado.

Basta del “jugamos como nunca y perdimos como siempre”, hay que romper la inercia, cambiar de mentalidad, acostumbrarnos a ganar y celebrar cuando lo hagamos. No queremos premios consuelo. Estamos llamados a algo más grande y mejor.

¿Por qué nos vamos a resignar a la mediocridad de nuestra política y sus esperpentos? ¿A un país desordenado, desigual, sucio, violento, donde nadie confía en nadie? Debemos –y podemos– erradicar el “roba pero hace obra”, el “así somos, pues, este país no lo cambia nadie”, sacudirnos del fatalismo cínico que nos embarga. Hay que apuntar alto, pensar en grande. Ya es tiempo, lo merecemos.

Nunca antes como ahora hemos tenido una demostración palpable de lo que podemos hacer si nos lo proponemos. Tenemos que identificar a nuestros líderes positivos, los de verdad, y elegirlos, acompañarlos. Ahora que vienen elecciones tenemos una oportunidad extraordinaria de aprender las lecciones futboleras y así cantar juntos “Cómo no te voy a querer, si eres mi país querido, mi Perú bendito que me vio nacer”.