RUSIA 2018
RUSIA 2018
Raúl Castro

En su libro “El lugar en el poder mediático”, el sociólogo Nick Couldry explica de forma brillante por qué para millones de personas el peregrinar a sitios que han visto muchas veces por televisión tiene un alto significado vivencial. O, para decirlo mejor, vital. Es lo que está pasando con los casi 70 mil peruanos que han hecho maletas rumbo al , para ver jugar a la .

El sueño no es viajar a Rusia, tengámoslo claro. Eso corresponde a otra fantasía. Ir al Mundial es la ilusión, pues –como diría Couldry– se trata de confirmar en vivo y en directo que lo que disfrutamos con tanto placer de pequeños, en la comodidad de nuestras salas y cuartos, con el viejo –el querido viejo–, o con los hermanos de toda la vida, es tan real como lo que vimos con deslumbrante emoción en la pantalla. Solo que multiplicado por cinco: por cada uno de los sentidos con los que percibimos la existencia.

Por los poros, por ejemplo. Me cuenta René, ex militar, hoy comerciante, que tocar las gradas de un estadio mundialista es haber cumplido un sueño irredento y que consideraba que esta era la única oportunidad que tenía para hacerlo. No es que sea un hincha orgánico o activista; de hecho, no es de los que están con la selección en todos sus partidos. “Entendí que era una forma de cerrar una etapa. Y qué mejor que hacerlo con mis amigos de toda la vida, para cumplir con una promesa que nos habíamos hecho desde chicos”.

La promesa en la peregrinación está presente desde que los antiguos cristianos buscaban el Santo Grial. Del latín per (‘ir’) y agrare (‘agros’, ‘tierras’), peregrinar o irse de viaje cumpliendo una promesa constituye un acto de fe, aun cuando no haya motivación religiosa animándola. Los cruzados la hacían camino a Jerusalén, los musulmanes la hacen cuando practican el hajj –la marcha anual hacia La Meca– y los fieles lo mismo cuando van tras el Camino de Santiago. Pero los estudios recientes en rituales contemporáneos, sean religiosos o seculares, hacen notar que los peregrinajes hoy deben ser interpretados como la forma ideal de disfrutar un tiempo libre –vacaciones o sabáticos– con “significados trascendentes”. La promesa es, pues, una voluntad de trayectoria y la búsqueda de un destino como proceso de sanación.

Aunque no de manera solitaria. Como dice el antropólogo Peter Margry, lo común dirigiéndose a estos “lugares especiales” es manifestarse en comunidad con las más poderosas performances colectivas que puedan existir. Lo que hicieron, pues, las decenas de miles de peruanos que marcharon en la plaza de Saransk previo al partido contra Dinamarca fue eso: un proceso de exteriorización demostrativo de un gozo colectivo prometido, ordenado meticulosamente por peruanos en la diáspora llegados de todos los rincones del globo, y desplegado en expresivas formas coreográficas para que las audiencias del mundo sepan que los peregrinos rojiblancos están cumpliendo con una antigua promesa. La de volver a un Mundial como quien vuelve a lo esencial, muchas, muchas eras cósmicas después.

La suma de las historias particulares son entonces más que el conjunto. El seguidor de Ezequiel Ataucusi, , es ya una celebridad global. El caso de , el hincha peruano que engordó 24 kilos a fin de aplicar a un programa para obesos de la FIFA, fue la anécdota favorita de la primera ronda para los grandes medios como la BBC o Russia Today. Historias increíbles, unas por comprometidas y otras por indignantes, como las de quienes expresan sus sentimientos con poses ridículas de ‘macho latino’ y que se han ganado con toda razón el hashtag #NosHacenQuedarMal.

“Vine a Rusia para poder vivir un Mundial como tal”, sentencia Paul, un talentoso artista y comunicador. El peregrino Paul camina por las calles de como quien atraviesa una puerta dimensional. Lo que vio en TV lo está viviendo ahora “en vivo”, en una forma vital. Paul vive con los 70 mil peruanos en Rusia un tiempo especial que se había prometido hace mucho. Hemos vuelto. Aquí estamos. En el lugar del poder. Con un equipo que nos gusta, y que ya ganó sea cual sea el resultado.