Nación y diversidad (parte 1), por Javier Díaz-Albertini
Nación y diversidad (parte 1), por Javier Díaz-Albertini
Javier Díaz-Albertini

Hace 13 años, antes que las posiciones conservadoras antiglobalizadoras tuvieran el peso político actual, Samuel Huntington escribió un libro en el que critica la influencia negativa de la gran presencia de inmigrantes –especialmente hispanos– en Estados Unidos. El politólogo consideraba que debilitaban la civilización estadounidense porque erosionaban las bases sobre las cuales se había construido nación en ese país. 

Para Huntington, la identidad estadounidense se había consolidado sobre bases étnicas (anglosajón), raciales (blanca), culturales-religiosas (lengua, protestante, tradición libertaria inglesa) e ideológicas (democracia liberal). Es lo que comúnmente se llama una cultura WASP (acrónimo en inglés de blanco, anglosajón, protestante). Con el pasar del tiempo, se fue debilitando primero lo étnico y lo religioso, por la inmigración europea, especialmente del sur católico. Ya bien entrada la segunda mitad del siglo XX, decae la base racial (derechos civiles). A decir del politólogo, la identidad nacional en la actualidad depende fundamentalmente del “credo” ideológico originario, libertario y democrático.

El problema, según Huntington, es que la ideología pura –sin bases étnicas, culturales y raciales– es un cimiento endeble para la nacionalidad. Muestra de ello es cuán rápido desapareció la Unión Soviética, cuya identidad nacional dependía fuertemente de la ideología marxista-leninista.

Por ello –para ese autor–, la masiva inmigración hispana representa un enorme peligro para una nación que ahora depende de una ideología que no es compartida por un creciente número de habitantes del país. Hay que recordar que Huntington, en su polémico libro “El choque de civilizaciones” (1996), considera que América Latina es una civilización diferente a la occidental. Esto por el gravitante peso de la cultura indígena, el catolicismo español y el autoritarismo, elementos ausentes o disminuidos en Occidente. 

Las ideas de Huntington se repiten –con variaciones– entre los intelectuales y políticos occidentales que critican la inmigración. Sin embargo, se equivocan porque obvian un hecho crítico: la mayor parte de la diversidad sociocultural de los países occidentales resulta de la modernidad capitalista y la globalización. Es decir, de los procesos iniciados e impulsados por el mismo Occidente. Los inmigrantes sirven de chivo expiatorio. 

Los WASP fundadores crearon una democracia que excluía a una mayoría compuesta de esclavos, nativos americanos, mujeres y foráneos. En otras palabras, construyeron nación negando la diversidad ya existente. No se necesitó de la inmigración para que el país fuera diverso. La supuesta unidad étnico-racial nacional realmente se sustentaba en ideologías racistas, etnocentristas y sexistas.

En el siglo XIX, la expansión del capitalismo influye en la internacionalización del mercado laboral. La masa de inmigrantes europeos no anglosajones que llegaron a EE.UU. respondía a una necesidad del sistema y no a su cuestionamiento. Tomó un tiempo, pero poco a poco la cultura anglosajona comenzó a reconocer a estos ‘otros’ europeos como blancos. De nuevo, un cambio ideológico –esta vez concepciones raciales– determinó la inclusión de estas etnias. Una notable visión de esta lucha por la inclusión de los inmigrantes irlandeses es la película “Pandillas de Nueva York” (2002) de Martin Scorsese. Finalmente, el racismo contra los afrodescendientes fue crecientemente cuestionado y enfrentado, logrando un enorme primer paso hacia la igualdad en la Ley de Derechos Civiles de 1964. 

La conclusión es clara, la identidad nacional es como las demás: se construye sobre diversas bases (étnicas, históricas, raciales, culturales), pero siempre se cimenta en una ideología dominante que las interpreta. Como toda visión del mundo, la ideología cambia en respuesta a transformaciones sociales. Y así se ha logrado que las democracias actuales estén mucho más abiertas a la diversidad, incluyendo –en un buen número de casos– la aceptación de la inmigración. 

La ideología no es, como creía Huntington, el lado débil de la identidad nacional, sino es más bien su soporte. Este es un asunto de esencial importancia cuando contemplamos la construcción de nación en países como el nuestro, en el cual resulta muy difícil encontrar elementos unitarios en el pasado y nos exige mirar más bien hacia el futuro. Pero esto será tema de mi próxima columna.