"La violencia es una realidad que enfrentan las mujeres a diario y es transversal a todos los estratos socioeconómicos y niveles de educación y su costo puede medirse". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"La violencia es una realidad que enfrentan las mujeres a diario y es transversal a todos los estratos socioeconómicos y niveles de educación y su costo puede medirse". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Maria Cecilia  Villegas

En el 2020, en pleno estado de emergencia, 26 niñas de diez años y 1.155 de 11 a 14 años se convirtieron en madres. Cada uno de estos casos es producto de una violación sexual. El embarazo adolescente restringe el desarrollo de las mujeres al limitar su acceso a educación, a un trabajo formal y con ello a sus posibilidades de escapar de la pobreza.

Es, además, un problema de salud pública: la mortalidad materna en adolescentes es mucho más alta que en cualquier otro grupo etario. Ese mismo año, el Centro de Emergencia recibió 13.840 denuncias, en el 20% las victimas tenían entre seis y diez años. Pongamos los números en contexto: solo el 48% de los casos de violación son denunciados.

El 8 de marzo se conmemora el . Equivocadamente se cree que es una celebración, cuando, en realidad, se busca llamar la atención sobre la inequidad de género existente.

La violencia es una realidad que enfrentan las mujeres a diario y es transversal a todos los estratos socioeconómicos y niveles de educación y su costo puede medirse. Colombia pierde el 4,2% de su PBI anual por el costo indirecto de la violencia doméstica. Mientras que a Chile y Nicaragua les cuesta el 2% y 1,6% del PBI anual respectivamente.

Se espera que tres de cada cinco mujeres peruanas serán víctimas de violencia durante su vida. Esta alta incidencia de violencia física, sexual y psicológica contra las mujeres demuestra que en nuestro país no existe igualdad de oportunidades. Quien sostenga lo contrario ha decidido ignorar la evidencia.

Según el “Estudio de Pobreza Multidimensional” de PNUD, la feminización de la fuerza laboral es una de las tres trasformaciones estructurales que explican el avance social y la reducción de pobreza en América Latina. Sin embargo, siete de los diez países con mayor incidencia de violencia contra la mujer están en esta región. La falta de oportunidades, la excesiva carga doméstica y la inflexibilidad laboral, hacen que la mayoría de las mujeres se desarrolle en la informalidad, caracterizada por su precariedad, subempleo, aislamiento e inestabilidad. Mientras en el sector formal, los estereotipos y las normas culturales llevan a que los empleadores no siempre les den oportunidades de ascenso y capacitación. La idea de que tendrán una mayor carga doméstica cuando sean madres, dejando el trabajo o dedicándole menos tiempo, es una barrera en su desarrollo profesional, impidiéndoles llegar a los puestos más altos de sus organizaciones.

Y, pese a todo lo anterior, la gran mayoría de empresas en el Perú no tiene una política de igualdad de género ni tiene tampoco la diversidad como una prioridad. El acoso sexual, considerado como la mayor manifestación de inequidad de género, ocurre en los centros de trabajo, debilitando el desempeño de los trabajadores y generando que valiosos empleados abandonen la empresa. La falta de protección hace que menos del 10% de quienes pasan por una situación de acoso sexual lo denuncie. El 40% calla porque no quiere ser vista como problemática, por miedo a alguna represalia o por vergüenza (ELSA-GenderLab).

La inequidad de género tiene consecuencias económicas para un país, ya que limita la participación de las mujeres en mercados, su acceso al empleo formal, el desarrollo de capital humano y con ello sus posibilidades de escapar de la pobreza. Y no podemos olvidar que actualmente uno de cada tres hogares peruanos depende de una mujer.

¿Por qué debemos impulsar la equidad de género? Porque esta aumenta la productividad y mejora los resultados de desarrollo. Además, mejora las perspectivas para la próxima generación, porque cuando las mujeres disponen de ingresos, invierten en mejorar el acceso de sus hijos a educación de calidad, salud y nutrición. Y porque las sociedades donde la mujer tiene una mayor participación económica y política tienden a ser más estables.

¿Cómo hacemos desde el sector privado para cerrar la brecha de género que existe en el acceso a oportunidades? El primer paso es reconocer que existe. El segundo paso es actuar. No hacerlo nos convierte en parte del problema.