El nadador, el presidente y la primera dama,por Alfredo Bullard
El nadador, el presidente y la primera dama,por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

“Eso sí nos avergüenza”. Así se refirió al hecho que el nadador perdiera su medalla de plata en los al haberse detectado un caso de dopaje.

El diccionario de la Real Academia de la Legua Española define la vergüenza como “turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena”. En otra acepción quiere decir “deshonra, deshonor”.

Ambas parecen coincidir con el sentimiento que experimentó nuestro presidente. La falta de nuestro nadador le turbó el ánimo. Como representante de los peruanos sintió deshonra.

Debo confesar, al enterarme, que sentí algo parecido. Sin duda para cualquier peruano no es grato ni reconfortante saber que un deportista nacional en una competencia oficial como los Juegos  Panamericanos ha sido acusado de hacer trampa.

Como bien dijo Séneca: “Un solo bien puede haber en el mal: la vergüenza de haberlo hecho”. Y es cierto. La vergüenza por una mala acción (o por la creencia que tienen los demás de que uno la ha cometido) es lo mejor que uno puede sentir si actuó mal. Es la forma como uno asume los costos de sus actos y se motiva a  corregirlos. La vergüenza es la del arrepentimiento. Y el arrepentimiento es el paso previo a la corrección. Si algo hay bueno en la vergüenza es que sirve para aprender de los errores.

Me imagino que Mauricio Fiol se ha sentido muy avergonzado. Es lo bueno que puede sacar de la experiencia. Si es así, bien por él.

Pero hay otras cosas que a Ollanta deberían darle vergüenza. Nadine acaba de declarar “¿por qué tengo que abdicar a mi derecho de defenderme de una arbitrariedad siendo que mis cuentas ya han sido harto ventiladas?”. Podría uno decir lo mismo cada vez que la Sunat le pide que vuelva a justificar ingresos que ya justificó. Y eso que somos ciudadanos comunes y corrientes.

Si hay algo que está claro es que las cuentas de la primera dama no están claras.

Podría pensarse que lo vergonzoso es que alguien que llega al gobierno hablando de la inclusión social gaste en carteras, ropa o chocolates tan caros. Pero si es plata legítimamente ganada está en su derecho. Para eso es su plata.

Lo vergonzoso es que no dé explicaciones de dónde viene el dinero, y que pueda vivir muy tranquila sabiendo que los demás no piensan nada bueno de ella. En lugar de eso se niega a dar explicaciones, inicia acciones constitucionales para frenar la investigación y usa la posición pública de su esposo para insultar y amedrentar a quienes investigan.

Y regresemos a Séneca: Si algo hay positivo de actuar mal es la vergüenza. Pero eso no parece pasar en la pareja presidencial.

De no tener vergüenza, se puede derivar el término ‘sinvergüenza’. No uso la palabra en la acepción de “pícaro o bribón” o de “persona que comete actos ilegales en provecho propio o que incurre en inmoralidades”. Para eso hay que hacer las investigaciones y encontrar las responsabilidades.

Lo uso en un sentido más pertinente (al menos por ahora) al caso de Ollanta y Nadine: si hay elementos indicadores de ingresos sin justificación y que además no han sido declarados como impuestos, la simple duda o sospecha pública debería generar vergüenza. Y si uno se siente libre de pecado, debería hacer todos los esfuerzos imaginables para limpiar su imagen y disipar toda duda. Si no se reacciona de esa manera se está actuando “sin vergüenza”.

Es una pena que los últimos cuatro presidentes elegidos actúen de la misma manera. Como no tienen vergüenza, no nos dan explicaciones, se escabullen de investigaciones invocando prescripciones o usando acciones constitucionales o explicaciones tan absurdas como indemnizaciones por el Holocausto. Parece, finalmente, que la política te hace una persona “sinvergüenza”.