El ninguneo del crecimiento, por Gianfranco Castagnola
El ninguneo del crecimiento, por Gianfranco Castagnola
Gianfranco Castagnola

Si nuestro ejercicio fiscal anual se cerrara cada marzo en vez de diciembre, estaríamos comentando el pobrísimo desempeño de nuestra economía, con un crecimiento de solo 1,6% en el último año. Es una tasa decepcionante para un país que en la década previa lo había hecho a un promedio de 6,4%. De tanto menospreciar la importancia del crecimiento, hemos terminado perdiendo el foco de nuestras políticas públicas. Los resultados no podían ser otros.

Algunas voces aseguran que la expansión que llevó el PBI del Perú de US$50 mil millones en el 2000 a más de US$200 mil millones en la actualidad no se debió a méritos propios, sino principalmente al contexto internacional favorable. No es así. Algo debimos haber hecho bien para haber sido la economía latinoamericana más dinámica en esos años. Si el ‘boom’ de precios de minerales se hubiera dado en la década de 1980, las reglas de juego entonces existentes –controles de precios y tipo de cambio, restricciones a capitales extranjeros, monopolios estatales, etc.– no hubieran permitido la llegada de los miles de millones de dólares de inversión necesarios para poner en valor nuestros recursos mineros. A veces olvidamos de dónde venimos y lo complejo que fue implementar la primera ola de reformas estructurales.

Entonces, algo debemos estar haciendo mal ahora. El estima en alrededor de 5% la tasa a la que la economía podría expandirse si usara todos los recursos con los que cuenta. Ese parámetro puede estar sobrestimado, pero es evidente que hoy crecemos por debajo de nuestro potencial. Sucede que de tanto repetir que el crecimiento no lo es todo, nos hemos olvidado de que sin crecimiento no hay nada. Como dijo el economista chileno al analizar lo que sucede en su país, “sin crecimiento nada anda, es como multiplicar por cero”.

Cierto, el Perú tiene retos formidables que conocemos bien: débil institucionalidad política, Estado disfuncional, educación del tercer mundo y sistema judicial del cuarto, inseguridad ciudadana, informalidad, etc. Y todos esos problemas deben ser enfrentados y ser materia de las propuestas de gobierno en las próximas elecciones. A los candidatos debiéramos exigirles no solo planteamientos concretos, sino que le pongan rostro a algunos de esos temas –por ejemplo, quién será su primer titular del Ministerio del Interior o quién asumirá la tarea de liderar la reconstitución de nuestro Estado, corrigiendo con firmeza todos los errores del fallido proceso de descentralización–.

Sin embargo, enfrentar estos retos no significa que debamos dejar de lado la preocupación por el crecimiento. Este es necesario, para empezar, porque generará los recursos que esas difíciles reformas requieren –solo cerrar el déficit de infraestructura educativa cuesta S/.65 mil millones–. Y lo es para crear mejores condiciones de vida para la población. En la última década, nueve millones de peruanos salieron de la pobreza. Del 2007 al 2012, 85% lo hizo gracias al mayor empleo y/o mejores ingresos que generó el crecimiento, y el 15% por programas sociales. En los últimos dos años, la figura se invirtió: 85% lo hizo por transferencias del gobierno. Esto no es sostenible.

El desdén por el crecimiento se ha manifestado de diversas maneras. Algunas han sido retóricas, como las del presidente de la República, que se transmiten hacia el aparato estatal y terminan induciendo conductas desfavorables a la inversión privada y de indolencia frente a la urgencia de impulsar proyectos prioritarios. Otras se han traducido en sobrerregulaciones irracionales, que han ahogado la iniciativa empresarial. Nadie se preocupó antes de emitirlas por su impacto en el crecimiento. Y otras han llegado al absurdo de pretender que el Perú renuncie a la explotación de sus recursos naturales –¿sabrán los “postextractivistas” que en países como Australia estas representan alrededor del 60% de sus exportaciones?–.

El camino del desarrollo económico es largo y difícil. No se consigue con voluntarismo o buenas intenciones. Requiere del . Si no lo tenemos, seguiremos multiplicando por cero.