Noches de Larco, por Alfredo Bullard
Noches de Larco, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

El que hayamos vivido intensamente no garantiza la intensidad del recuerdo. Los años ochenta y el inicio de los noventa tuvieron la intensidad del colapso, de la catástrofe, de la sensación que el mundo, como lo conocíamos, se iba a acabar.

Los militares habían destruido en los setenta la democracia y la economía. La esperada llegada de la civilidad democrática fracasó. La mediocridad del gobierno de Acción Popular nos frustró. La brutalidad de la política económica de Alan García en la segunda mitad de los ochenta (en sus dos acepciones, de brutal y  de falta de inteligencia) usó la esperanza para trapear con ella el suelo. 

Mientras tanto, el terrorismo aprovechó la coyuntura y creó la falsa sensación de una tercera vía entre la dictadura militar y la mediocridad y debilidad democrática (una revolución inviable pero destructiva). Jaqueó al país. Asesinó peruanos y a nuestro futuro. Quien vivió esos tiempos recordará la sensación de que todo se derrumbaba. El Perú era inviable. 

El mes pasado se liberó a . La mayoría de jóvenes no sabe quién es. Haciendo el ejercicio, la gente menor de 25 años no puede reconocer a la mayoría de los líderes del terrorismo. Se sorprenden cuando les cuentas las historias de la época y sonríen pensando que uno exagera. No saben lo que fue la hiperinflación, los apagones, bañarse con tacita y estudiar con velita o hacer colas para comprar leche ENCI o azúcar.

Pero el olvido nos hace esclavos de nuestros errores. No saber de dónde salimos nos condena a regresar. Por eso es bueno recordar.

Hace unos días, sin esperar mucho y casi por accidente, fui a ver “Avenida Larco”. Un musical aparentemente sin pretensiones. Fui más por accidente. Me dijeron que podía escuchar el rock peruano de mi época. Justamente de la época del colapso.

Muy bien dirigida por y con una producción impecable. Entretenida, pero con fondo. Curiosa combinación en la que lo aparentemente ligero te hace descubrir que estabas olvidando lo que no debías olvidar. Salí contento de poder recordar lo que viví y a la vez ver gente joven dándose la oportunidad de “recordar” lo que no vivió: la esperanza de jóvenes estrellándose contra la corrupción, la crisis económica y la violencia demencial.  Pero, a su vez, ver la capacidad de esa generación de soñar y mirar un futuro que hoy es nuestro presente y que es muy distinto a ese pasado. Curiosa coincidencia con otra obra, también en cartelera (“¿Quieres estar conmigo?” en el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico) que trata, desde otra perspectiva, de lo mismo. 

Es interesante que la mejor época del rock peruano se dé precisamente en esa época. No parece coincidencia. La crisis motiva la inventiva y la creatividad. Parece ser la forma como nos vacunamos contra la desesperanza: cantando.

La emblemática avenida Larco fue un símbolo de esa época: reunirse a chupar en la calle escuchando música a todo volumen en el equipo del carro. Inimaginable hoy donde veinticinco ordenanzas y 100 miembros del serenazgo te lo impedirían, pero posible en un mundo en el que el problema no estaba en hacer bulla o perturbar el orden público, sino en sobrevivir. Allí se esperaban los apagones los fines de semana mientras se bebía un preparado intomable en balde descartable comprado en La Resaca. Y allí, a unas cuadras, explotó el coche-bomba que marcó el clímax del terrorismo. En . Dicen que en realidad iba a explotar en Larco mismo. Hubiera sido predecible. 

Es bueno recordar, así lo que se recuerde sea de una época tan terrible. La verdad, y a pesar de todo, son recuerdos gratos. Recordar de dónde salimos nos sirve para saber todo lo que hemos alcanzado y cómo así, este país del que tanto nos quejamos y del que tanto despotricamos, ha sido capaz de tanto en tan poco tiempo.