Alexander Huerta-Mercado

¿Cuál es ese lugar al que vamos cuando soñamos? Esa es una de las grandes preguntas comunes que ha tenido el homo sapiens y que ha sido punto de partida para desarrollar sistemas de creencias en lo sobrenatural, como la religión y la magia. Una vez, preguntando en clase a un grupo de estudiantes hacia dónde creían que nos íbamos cuando moríamos, una alumna me dijo: “al lugar al que vamos cuando soñamos”.

Me impresionó la respuesta y me asustó la posibilidad de que fuera cierta porque, en lo que a mí respecta, me esperaría un lugar en extremo confuso y sin mucha lógica, con imágenes raras. Muchas culturas entienden los sueños como premoniciones; otras, como mensajes de una dimensión sagrada y otras, como manifestaciones de una dimensión inconsciente. Hace poco, se estrenó en nuestras salas “ en el de la locura”. Uno de los planteamientos en esta fantasía de Marvel es que los sueños son visiones que tenemos de nuestros alter egos en universos paralelos.

Los universos paralelos han sido concebidos de distintas formas a lo largo de la historia humana, desde aquel espacio en donde habitan los que han partido de esta vida hasta aquel al que acceden aquellos que logran niveles alternos de consciencia. También son una metáfora de las múltiples realidades y roles que jugamos a diario, lo que nos convierte en verdaderos mutantes sociales y, por último, simbolizan los diferentes ánimos internos con los que convivimos y con los que negociamos nuestra vida con lo demás o, como lo puso poéticamente Antonio Machado, “yo vivo en paz con los hombres / y en guerra con mis entrañas”.

A raíz de una práctica de investigación que estamos llevando a cabo con los alumnos de antropología, visité una convención de fanáticos de historietas en un local alquilado, signo de los tiempos, de un viejo partido político en el centro de Lima. Apenas uno traspasaba el umbral de la vieja casona, mostrando su carné de vacunación, ingresaba a un universo paralelo con varios jóvenes disfrazados de personajes de anime, otros tantos del sorprendente Hombre Araña y varias encarnaciones de héroes de la casa Marvel. Era increíble la cantidad de pequeños negocios que se abrían paso en forma de feria y los espectáculos de canto y coreografía que se armaban de forma muy organizada. Por supuesto, vi a varios Doctor Strange personificados entre la compacta multitud y fue interesante conversar con ellos, quienes me hablaron con entusiasmo de su personaje, aseverándome, en la mayoría de los casos, que la magia era el mayor súper poder imaginable en el mundo del cómic. Desde la antropología, podríamos afirmar algo parecido. Cada cultura tiene una concepción de la realidad distinta y aquellas que incluyen en ella al chamanismo y a las artes mágicas las consideran un poder efectivo parecido a nuestra energía eléctrica, en el sentido de que puede iluminar o matar, dependiendo de quien la use.

Me gustó mucho adentrarme en esta comunidad emocional, unida por el consumo de historias que han generado identidad grupal en muchos jóvenes de manera más eficiente que muchos discursos oficiales, porque, valga decirlo, los jóvenes afrontan otro universo de incertidumbre educativa y laboral. Esto lo confirmé esa misma tarde. Cuando salimos del recinto, me sorprendió que hubiera una cola que daba la vuelta a la esquina con jóvenes disfrazados. Era increíble cómo sus trajes contrastaban con lo gris de la avenida céntrica, llena de combis, vendedores y mucha agresividad. Entendí que, si no hubiera multiversos, los crearíamos como una forma de protegernos o de escapar momentáneamente del caos. Adentro del local, los colores eran vivos, las historias intensas y la garantía era que había esperanza de triunfo. Entendí por qué durante los duros días de la pandemia Internet contribuyó a crear un universo paralelo. Pensé en los videojuegos y sentí un poco de temor al recordar que el proyecto de la web consistente en realidad aumentada en 3D se llama “metaverso”.

Hay dos universos paralelos que hemos vivido los que hemos estudiado en un colegio peruano: por un lado, nos enseñaron sobre los ideales del estado democrático y, por el otro, sobre las formas del comportamiento del “buen ciudadano”. Para luego, desde niños, ver en las noticias que desde el mismo Estado se cumplían estas normas de manera exacta, pero a la inversa. Este multiverso continúa en la universidad, donde el rigor y la honestidad académica se exigen, así como la capacidad de diálogo y debate, cosas que parecen desaparecer en el ámbito político. Esto nos hace urgente no entregar la educación a intereses empresariales o personales puesto que, a través de la exigencia y la formación adecuada, se pueden formar personas libres, que cuestionen, debatan y sepan construir, reclamar y busquen hacer coincidir, en este caso, el universo ideal con el real.

Soy optimista al ver a una feliz tribu urbana compartir su pasión. Me gusta que los y las jóvenes busquen ser sus propios héroes con historias que cargan contenidos que van desde la mitología griega hasta el código del Bushido samurái, filtrados por la maravillosa cultura popular y el saber que, paralelamente, siguen sus sueños con el mismo espíritu épico. Y ahora le pregunto, querida lectora y lector, ¿cuántos multiversos tiene usted?

Alexander Huerta-Mercado Antropólogo, PUCP