Alejandra Costa

La tentación en este momento es pensar que lo peor ha pasado. Respirar tranquilos con la sensación de que las instituciones democráticas soportaron un burdo intento de golpe por parte de y que, tras la juramentación de , ya no hay nada de qué preocuparse.

Sin embargo, nuestra experiencia debería llevarnos a abandonar la poco fundamentada convicción de que nuestra endeble democracia es más fuerte que los desordenados intentos por socavarla. No deberíamos confiarnos en que las reglas de juego seguirán soportando los golpes de actores malintencionados que buscan torcer las leyes a su favor.

La asunción de mando de Boluarte no es el fin de un drama, sino el inicio de un nuevo capítulo en el que el accionar de las fuerzas políticas representadas en el Congreso es aún incierto.

¿Habrá luna de miel? ¿Dejará la oposición que Boluarte establezca una línea de trabajo propia antes de empezar a oponerse a sus iniciativas o buscar su vacancia? ¿Se promoverá la convocatoria a nuevas elecciones que abran nuevamente las puertas a la más absoluta incertidumbre?

Son preguntas que aún no tienen respuesta. Sin conocer quiénes conformarán su gabinete y solo teniendo como indicio su deseo de un Consejo de Ministros de “ancha base”, es imposible pronosticar cómo serán las relaciones entre Boluarte y las bancadas del Congreso que ahora son, en la práctica, de oposición.

Esto ya lo vivimos, tras el ingreso de Martín Vizcarra a la presidencia sin apoyo de ningún grupo de congresistas. Y el más probable desenlace, ya lo conocemos también.

Requerirá mucha muñeca política por parte de Boluarte llegar a consensos que permitan, por un lado, asegurar la gobernabilidad y, por el otro, atender las demandas de quienes votaron por Pedro Castillo esperando una mejora en su calidad de vida.

Desde el sector privado, el aprendizaje ha sido que las palabras se las lleva el viento. Incluso en el mensaje con el que Castillo buscó romper el orden constitucional, el detenido expresidente prometió el respeto al modelo económico en su gobierno de excepción, como si fuera posible ejercer libertades económicas cuando el resto de las libertades no se respetan.

A Castillo le falló un diagnóstico que, esperemos, Boluarte entienda. Los inversionistas no están esperando palabras, sino hechos. Es indispensable el nombramiento de un ministro o ministra de Economía que asegure un manejo adecuado de la política fiscal, un gasto responsable pero destinado a mejorar los servicios del Estado, y que se elijan ministros que nos permitan olvidar esta etapa en la que el aparato estatal ha sido tratado como un botín a repartir.

Se necesita que empiecen a abordarse los problemas urgentes del país, como la necesidad de generar empleo de calidad, apoyar a los agricultores golpeados por la falta de fertilizantes y de lluvias, acompañar a los peruanos que aún no logran salir de la pobreza en la que los hundió la pandemia, recuperar los aprendizajes perdidos por nuestros niños y encender con fuerza los motores de la economía como la minería, la agroindustria y el turismo, mientras se promueve el desarrollo de otros sectores con amplio potencial como la acuicultura y el sector forestal.

Permitámonos estos días un respiro, pero no dejemos de exigir una reforma política que asegure que lo que vivimos esta semana no lo volvamos a tener que enfrentar nunca más.

Alejandra Costa es curadora de Economía del Comité de Lectura