"Sí, rendir cuentas de lo que hace o no hace un gobernante es una característica central de la democracia y, sobre todo, de la democracia moderna". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Sí, rendir cuentas de lo que hace o no hace un gobernante es una característica central de la democracia y, sobre todo, de la democracia moderna". (Ilustración: Giovanni Tazza)

La siempre existió en la historia, pero la teorización sistemática sobre ella se inicia y consolida a mediados del siglo XVIII.

Sin embargo, se puede hablar de una prehistoria sobre este tema tan importante para el mantenimiento de la , porque sin opinión pública no puede haber democracia. Parafraseando un poco a los autores Juan Biondi y Eduardo Zapata, esto ocurre porque la democracia es pura oralidad. Lo fue en la antigua asamblea ateniense, como lo sigue siendo hasta ahora en los parlamentos y a través de los medios de comunicación o en cualquier lugar en el que nos encontremos y opinemos sobre política, economía, fútbol, arte, religión y una multiplicidad de temas, salvo la prensa escrita.

Internet, que es oral-escritural, es el medio más moderno y veloz en el que se expresa la opinión de los ciudadanos. Estamos pasando del ágora ateniense al ágora electrónica. Platón, Cicerón, Santo Tomás de Aquino y Nicolás Maquiavelo se dieron cuenta de la importancia que tiene la opinión pública para la política. Por ejemplo, Santo Tomás dice que el pueblo deja de ser solo súbdito y se vuelve autónomo cuando tiene su propia opinión.

Con el tiempo, el filósofo británico John Locke argumentó que la opinión pública es una ley moral que está en el ciudadano y la distingue de la ley civil, aquella que nace del poder de una asamblea representativa. El famoso Jean-Jacques Rousseau arremetió contra la censura y sostuvo que la opinión pública nace de la costumbre. En Francia, durante el reinado de Luis XVI, Jacques Necker –que fue su ministro de economía– se dio cuenta de la importancia que tiene la opinión pública para aprobar o desaprobar las decisiones del Rey; por ello, destacó el valor que tiene la publicidad e, incluso, llegó a rendir cuentas del presupuesto a la población sobre los planes económicos y fiscales del gobierno. Desde luego, algo insólito para la época.

Sí, rendir cuentas de lo que hace o no hace un gobernante es una característica central de la democracia y, sobre todo, de la democracia moderna, porque cuando no se rinde cuentas se afecta otra característica de esta: la transparencia. Y, como se sabe, la falta de transparencia –es decir, el secretismo– genera desconfianza en la opinión pública, que duda sobre la autenticidad moral de sus autoridades. Mucho de esto pasa en sociedades como la peruana, porque históricamente las autoridades, salvo honrosas excepciones, no rinden cuentas de su gestión ante “el tribunal de la opinión pública”.

Uno de los rasgos más importantes de la opinión pública es la de tener una actitud colectiva y por ello, no es influida por cualquier tipo de opinión: debe tener una constante, una vigencia determinada, debe ser sostenida y generar debate. Por eso, para que haya opinión pública, tiene que haber una “conciencia pública”, pero, además, porque se constituye como un factor de legitimidad, no de una legitimidad jurídica, sino de una legitimidad social y política, definida por el apoyo mayoritario que los ciudadanos le brindan a una autoridad, a un sistema político-económico o a una institución.

El presidente, aunque intenta pasar desapercibido por razones que desconocemos, tiene que asumir que su gestión está sometida al “tribunal de la opinión pública” de los peruanos. Será apoyado o criticado por los medios de comunicación, gremios empresariales, sindicatos, partidos políticos, asociaciones profesionales, entre diversas instituciones, y también por el público en general.

Tengo la impresión de que el presidente sabe que debe dirigirse a la opinión pública, al pueblo en general, e incluso lo ha hecho en contadas ocasiones, pero se aleja de los periodistas por temor a la confrontación, la que necesariamente se dará porque se le pedirán aclaraciones y porque no todos pensamos igual.

Solo en una dictadura se silencia la libre opinión del pueblo porque hay censura y los gobernantes sienten que son los únicos dueños de la verdad. Felizmente estamos en democracia, aunque por allí se sienten algunos pasos de quienes quieren sacar al pueblo peruano de este buen lugar.